lunes, 14 de marzo de 2011

En Roma


Pasar unos pocos días en Roma hace que uno se olvide completamente de la terrorífica crisis social y moral que asola Italia. Da la impresión de que es imposible que un país que reúne y conserva tanta belleza pueda hundirse del todo en el fango: la experiencia histórica nos asegura que esta impresión es errónea, pero siempre resulta más agradable soñar lo contrario.

En efecto, estuve en Roma la semana pasada, y aproveché para soñar todo lo que pude, y aún un poco más. Era mi segunda visita a la capital del Lacio, pero durante la primera –hace ya unos cuantos años-, demasiado corta, pude ver muy pocas de sus maravillas. Cuatro días tampoco son gran cosa para una ciudad en la que en cada esquina espera una prometedora iglesia, y el interior de cada una de éstas es más bonito y apabullante que el de la anterior, pero menos da una piedra. De todo lo visto, quedé especialmente impresionado por el Panteón, la basílica de Santa María de los Ángeles y los Mártires (construida en el interior de las antiguas termas de Diocleciano), el baptisterio de San Juan de Letrán o la iglesia de Santa María en Trastévere, con sus maravillosos mosaicos y el icono de una virgen Theotokos iluminado tenuemente por velas que creo que es la imagen más impresionante que me he llevado del viaje. Estando en Roma, uno hasta siente la tentación de hacerse cristiano.

Las esculturas de Bernini en Villa Borghese o las maravillas grecolatinas de los Museos Vaticanos tampoco tienen desperdicio. Otra cosa es la visita a la Capilla Sixtina, donde me resultó imposible prestar la menor atención a los frescos de Miguel Angel en medio de un extrañísimo ambiente mitad zoco, mitad campo de refugiados, que constituía en sí mismo y a su manera otra obra de arte (malgré elle, eso sí).

Otra cosa que sorprende de Roma (bueno, de Italia en general) es lo elegantes que son los señores de cierta edad. Cualquier abuelito italiano que uno se encuentra tomando su espresso en la barra de formica de una degustación popular concentra más clase que todos los mocetones que se pasean por esas calles llevando sus ostentosos complementos llenos de logotipos de Gucci, D&G, Cavalli y en ese plan. ¿Degeneración de la raza? Bueno, no estoy seguro de eso: reparé en que muchos adolescentes también tenían muy buena facha. Confiemos en que las nuevas generaciones devuelvan a Italia su proverbial refinamiento estético. Una vez se hayan deshecho de la siniestra gentuza que compone su clase política dirigente, el objetivo puede estar chupado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que suerte! La verdad es que Roma es una maravilla. Un pena, eso sí, que esté siempre llena de turistas :)
Se nota tu querencia por el séptimo arte, ya que ilustras el post con una de las partes de la ciudad más cinematográfica (Anita Ekberg nunca estuvo más exuberante). Por cierto, visitaste Cinecittá? Espero que al final no la derrumben...
Aunque cada persona que va tiene su propio "viaje en Italia" en la cabeza (desde Goethe a Stendhal, pasando por otros ilustres del "grand tour") me gustó mucho el de "Historias de Roma" de Enric Gonzalez (el excorresponsal en Italia de El Pais). Si no lo conoces te lo recomiendo! Tiene otro sobre el calcio que también es muy divertido pero no sé si te gusta el "furgol"...
La verdad es que me das envidia (sana, eso sí) porque yo hasta verano no iré por esos lares. Un saludo:

Alex

Pano L dijo...

Gracias por tus comentarios, Alex!
No, Cinecittà no la vi. Pero la agenda en Roma siempre es tan apretada...
Gracais también por las recomendaciones. Las revisaré.
Abrazos,