domingo, 25 de julio de 2010

Crónicas mexicanas (1)


Quienes seguís este blog, quizá hayáis notado que durante un tiempo no lo he actualizado con la frecuencia habitual. Como quizá también habréis supuesto, esto se debe a que he estado de vacaciones. En México (esto último no teníais por qué notarlo o suponerlo).

¡Qué país tan seductor y tan increíble! Los españoles tendemos a pensar en Latinoamérica como un todo más bien homogéneo y uniforme, y además culturalmente muy similar a nuestro propio país, cegados por la engañosa amalgama de la lengua castellana. No sabemos hasta qué punto nos equivocamos. El principio de la semejanza puede darse en algunos casos (recuerdo también maravillado mi viaje a Buenos Aires hace ya unos añitos), pero se incumple casi siempre. Para un español, viajar a México es como viajar a Marte, con la particularidad de que los marcianos hablan su mismo idioma.

Por otra parte, la capital del país, Ciudad de México, rompe o pone en crisis la mayor parte de los tópicos con ella relacionados. El primero de ellos, que se trata de una población fea y peligrosa. ¡Menuda sandez! En primer lugar, el Centro Histórico de la ciudad está lleno de maravillas arquitectónicas, de preciosos palacios institucionales y casas señoriales procedentes del pasado virreinal. Algunos de los barrios más residenciales, como la Colonia Roma o parte de la Condesa, son también muy bonitos y elegantes, pero, además, hay barrios periféricos (¡Coyoacán!) de una belleza modesta y peculiar, dotados de un encanto irresistible. En el resto impera el eclecticismo más absoluto, lo que también termina conformando una forma particular de belleza. Luego está la tendencia a la desmesura de la escala tan habitual en las grandes ciudades de América latina, esa implacable brutalidad en los rascacielos, las avenidas y los monumentos públicos, que aplastan al paseante, justo después de llevarlo a la asfixia. El conjunto de todo ello me parece, a su manera, tan hermoso como puedan serlo Roma, París o Praga. Insisto: a su manera.

En cuanto a lo del peligro… No dudo que pueda haber en el DF zonas donde uno se juegue la vida sólo con pisarlas –como ocurre en cualquier gran ciudad-, pero desde luego en todas las partes en las que estuve yo me sentí siempre perfectamente a salvo. O yo soy un completo inconsciente, o esa ciudad no es mucho más peligrosa que Madrid o Nueva York.

Otros dos tópicos sobre México, éstos de carácter más idiosincráticos, se cumplen sólo en parte. El nacionalismo: en efecto, es evidente que los mexicanos adoran su país, y que el águila y el nopal (chumbera), símbolo nacional, poseen una presencia abusiva, pero por fortuna a la hora de la verdad todo resulta muy naïf y muy superficial, y nadie se toma la cuestión nacional muy en serio. En resumen, que hablar de la nacionalista México es como hablar de la católica España. Luego está otro tema peliagudo, que es el machismo. Al respecto, debo decir que presencié allí alguna situación que en la España actual habría resultado más bien chocante, pero que en el fondo uno nota que la sociedad mexicana es esencialmente machista en menor medida por el efecto directo que por la reacción por ello suscitada. La mayor parte de las mujeres mexicanas que he conocido poseían una fuerte personalidad, y daban la impresión de hacer todo lo posible para que se notara. Incluso a la hora de prepararse para salir: en cualquier cóctel, cena o evento, los hombres tienden a mantener un look digamos “relajado”, mientras que las mujeres aparecen de punta en blanco, creando un efecto bastante extraño: ellos parece que van a un concierto de rock, mientras que ellas dan la impresión de estar haciendo un alto en su camino hacia la boda de su mejor amiga. Pero ni de lejos se ponen como muñequitas emperifolladas: por el contrario, aparecen ante los ojos de los demás vestidas para matar, encaramadas con decisión sobre sus Louboutins. Casi dan miedo. A su lado, cualquier española, francesa o italiana parecería una niñita desgarbada. Otro dato más revelador de lo que podría pensarse: la cirugía estética facial está sorprendentemente poco extendida tanto entre las jóvenes como entre las mayores. Allí, por algún motivo que convendría analizar, las mujeres no parecen encontrar alicientes para alterar sus rasgos o proporcionar tensados artificiales a su piel. Lo que no deja de ser un alivio.

Por último, eso de que los mexicanos son unos borrachuzos de tomo y lomo es la mayor chorrada de todas. Y os aseguro que no hay mucha gente más apropiada que yo mismo para juzgarlo, ya que desde hace tiempo no bebo una gota de alcohol. Puede que el tequila y el mezcal se consuman con generosidad, pero -ya sea por costumbre fisiológica o por mero civismo- todo el mundo mantiene en todo momento su dignidad y su chispa. No recuerdo haber presenciado ninguna escena de borrachos lenguaraces como las que suelen aparecer en las películas, y en particular me sorprendió el modo en que actuaban los fans futbolísticos el día de la victoria española en el Mundial, que allí se vivió como si fuera propia. Unas multitudes bastante estimuladas abarrotaban la plaza de la Cibeles (sí, en México DF hay otra Cibeles), pero nadie se arrastraba por el suelo, ni daba la impresión de buscar pelea, ni se daba al vandalismo, ni aullaba incongruencias, ni nada por el estilo. Simplemente estaban felices y se divertían. Punto. Ojalá en España ocurriera lo mismo en ese tipo de ocasiones.

En fin, que puedo afirmar que mi viaje a México ha resultado ser, contra mis pronósticos iniciales, el más extraordinario de todos los que he hecho hasta ahora. Lo confieso: he tenido un flechazo.

Seguiré dando cuenta de todo ello en próximas entradas.

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