miércoles, 19 de mayo de 2010

Two lovers


Esta película se estrenó hace dos años en el festival de Cannes, pero por razones diversas ha tardado en llegar a nuestro país. En parte porque –pese a las buenas críticas- no obtuvo allí ningún premio oficial, y en parte porque su director, James Gray, no es precisamente el rey de la taquilla. A mí, sus películas anteriores no me habían interesado demasiado. “La noche es nuestra”, en concreto, me pareció un peñazo simplista y pretencioso. Sin embargo “Two lovers”, que acaba por fin de estrenarse entre nosotros, me ha resultado muy interesante.

No comparto el entusiasmo de los que la han puesto por las nubes –Cahiers du Cinéma incluidos-, reclamando incluso para ella el estatus de obra maestra. Creo que Gray sigue lejos de ser un genio. Encuentro demasiada ingenuidad y demasiado manierismo en su estilo, aunque a veces –como en esta ocasión- haya conseguido que esto pase a un segundo plano. Es cierto que lo que termina permaneciendo de la película es la sensación de que cuenta algo verdadero, de que hay en ella un alma. Volvemos a los territorios de la familia y su asfixiante carga doble de apoyo y castración –de lo que tratan todos los trabajos de James Gray-, aunque aquí además se dibuja una historia individual con la que es fácil identificarse. La historia de un hombre atrapado entre dos mujeres –la peligrosa y la formal, la desequilibrada y la estable, la que lo utiliza y la que lo ama- es tan vieja como el mundo, pero una vez más se demuestra que hasta la guía de teléfonos, si está bien contada, puede dar lugar a una obra apasionante. Y “Two lovers”, muy a menudo, logra serlo.

Al mismo tiempo romántica y realista, la película profundiza con bastante perspicacia algunos de los mecanismos habituales del enamoramiento: en particular, la cristalización de una determinada imagen alrededor del objeto amado, o el impulso de salvación dirigido hacia éste. Su plasmación del amor romántico, sus trampas y sus peligros, recuerda en sus mejores momentos al Hitchcock de “Vertigo” y al Dreyer de “Gertrud”: en este sentido destacaría algunas secuencias espléndidas, como los encuentros entre los personajes de Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow en la azotea de su edificio, o el momento en que el primero se acerca a la segunda mientras ella duerme para aspirar su respiración. Precisamente, encontré perfectos a estos dos actores, muy en especial a Paltrow, que actúa contra su registro habitual (como también lo hace la explosiva Vinessa Shaw, aquí convertida en la chica buena y modosita), y consigue definir un tipo humano muy verosímil y reconocible. No es una mantis religiosa, ni una femme fatale propiamente dicha: en realidad, es sólo una estúpida de naturaleza autodestructiva que hará daño a todo aquel que se le acerque, como se hace daño a sí misma. La creación de este personaje me parece, en última instancia, uno de los mayores logros de la película. Y no creo que sea poco.

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