lunes, 17 de mayo de 2010
Canino
Desde los mejores días de Theo Angelopoulos, ningún director griego conseguía ni de lejos tanta repercusión internacional como Giorgos Lathimos, que acaba de estrenar su “Canino” en España. La película es intrigante y está bien contada, y además posee una indudable relevancia estilística, aunque en ocasiones la propuesta se desvirtúe un poco debido a un exceso de transparencia en su vocación de modernidad: el empalago ante el falso desmañamiento de algunos planos desenfocados, de algunos encuadres en los que a los protagonistas se les corta la cabeza, constituye una reacción razonable. A pesar de esto, la película merece la pena por diversas razones. La primera es el selecto pedigrí de las referencias invocadas: Pasolini, Buñuel o Ferreri no andan muy lejos (me pregunto si los modernillos que están alabando esta “Canino” como el paradigma de lo osé y lo radical tienen la más remota idea de lo que hace varias décadas hicieron estos tres creadores), aunque mientras veía la película no pude evitar pensar que al Carlos Saura de los 60 le habría encantado poder firmar esta historia, que en su contexto habría sido automáticamente asumida como una metáfora más sobre la situación de la sociedad española bajo la tutela despótica del franquismo. Lo que nos lleva al segundo gran valor de la cinta, y es la multiplicidad de planos interpretativos que admite, incluyendo el psicológico, el sociológico y el político. Hay un tercero, que me parece el más interesante de todos, y es el modo en que Latimos confía en una idea de la que deberían aprender todos los adictos a las mezquinas normas del Realismo Total: lo que llamamos “realidad” es una materia compleja, extremadamente maleable y volátil, así que basta con someterla a ligeras presiones –pero éstas han de ser las justas y adecuadas- para lograr su deformación en el sentido que nos interese, y es entonces cuando se obtienen de ella los resultados más apasionantes.
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