viernes, 28 de mayo de 2010

Ropa tendida


Crítica de arte que publiqué hace unas semanas:

Txaro Arrazola. Tender / Rag dolls.
Del 16 de abril al 29 de mayo de 2010. Galería Arteko. Donostia.


Txaro Arrazola presenta su última exposición, Tender / Rag Dolls, en la galería Arteko de Donostia. El título incorpora un juego de palabras bilingüe que se atisba a través de las distintas piezas presentadas, en las que se reflexiona sobre lo femenino y su papel, particularmente en las sociedades más desfavorecidas.

Ropa tendida

La gasteiztarra Txaro Arrazola (1963), formada en la UPV y en la Universidad del Estado de Nueva York, posee un aquilatado curriculum de premios y exposiciones. En particular, ha destacado hasta ahora por su obra pictórica en gran formato, que combina una cierta exuberancia compositiva con un sobrio tratamiento cromático. Las cuestiones de orden social, los ideales de justicia y equidad, así como la perplejidad del ser pensante y con conciencia ante las desigualdades existentes entre primer y tercer mundo, clases privilegiadas y marginadas, y las nefastas consecuencias que estas tensiones generan, han sido constantes en su trabajo. Recordemos sin ir más lejos su presencia en la colectiva “La mirada iracunda” (2008), junto a otras mujeres artistas con inquietudes reivindicativas, en el Centro Cultural Montehermoso de Gasteiz.

Si hablamos de ira y de perplejidad, es más lo segundo que lo primero lo que parecen sugerir las Rag dolls que se exhiben ahora en Arteko, en un trabajo que ofrece una evidente continuidad temática con respecto a obras anteriores de Arrazola, mientras se adentra en nuevos e interesantes territorios formales. En primer lugar, el visitante a la galería donostiarra es recibido por tres grandes siluetas femeninas compuestas por retales textiles de diversas formas, colores y estampados, primorosamente cosidas, que se fijan a la pared. El empleo de la técnica del patchwork remite instantáneamente a lo doméstico y lo tradicional, sensación reforzada por las largas faldas de estas mujeres, que se extienen por el suelo en cascada. La imagen del tambor de una lavadora en movimiento se proyecta sobre el vientre de cada una de estas damas de trapo -a algunos no se les ha pasado por alto lo estratégico de tal ubicación, que permite asociaciones con la maternidad- siguiendo el patrón de toma de agua, lavado y centrifugado. La artista relaciona la estricta y programada lógica del electrodoméstico con la dinámica freudiana -formulada en “Recuerdo, repetición y elaboración”, de 1914- según la cual el individuo repite como acto aquello que en su recuerdo ha sido reprimido (se “repite en lugar de recordar”, idea en la que pueden hallarse bellas connotaciones poéticas), y es a partir de lo revelado por el propio acto desde donde han de escrutarse los orígenes de la neurosis. Las sugerencias psicoanalíticas puestas en escena no carecen de interés, aunque ha de admitirse que terminan resultando algo inconexas dentro del discurso general. En todo caso, el conjunto ofrecido por las piezas de tela cosidas, las lavadoras a pleno funcionamiento y los largos vestidos que cubren el suelo se presenta pleno de invocaciones a lo femenino, o al menos a una determinada concepción de ello, que posee múltiples ramificaciones. Aparece así la mujer-icono infinitamente laboriosa, que ha edificado su vida sobre el escrupuloso cuidado de lo doméstico, sobre la perpetua gestación de ideas y acciones –propias o ajenas, ésa es otra cuestión-, sobre la conciliación de lo dispar con fines constructivos. A partir de unos cimientos excavados en la inestable tierra del tópico, Arrazola logra sin embargo transmitir una innegable idea de dignidad y resiliencia que enlaza con la otra parte de la exposición, compuesta por cuatro fotografías impresas sobre tela tendida con pinzas. Es aquí donde reparamos en el juego de palabras que incorpora el título de la exposición: “Tender” sería tanto un adjetivo (“blando”, “suave”) asociado a su “rag dolls” (“muñecas de trapo”) como una referencia a la acción de colgar la ropa húmeda, que sucede al lavado antes expuesto. Las imágenes literalmente tendidas están tomadas en un barrio de la ciudad marroquí de Tánger en el que se acumulan las familias más desfavorecidas. La composición abigarrada y heterogénea del urbanismo autofabricado, surgido de la necesidad y de la urgencia, nos remite de nuevo al patchwork, sólo que esta vez los retales son –o pretenden ser- viviendas en las que habitan sus hacedores. Volvemos a encontrar aquí a las mujeres, artífices y puntales, auténtica amalgama de una sociedad bajo la permanente amenaza del caos y con tendencia a la crispación. Las reminiscencias del arte povera en lo formal se corresponden de manera coherente, por tanto, con el trasfondo sociopolítico que parece servir de marco conceptual a la propuesta. Y, puesto que mencionamos el marco, conviene subrayar el hecho de que Arrazola se suma a la lista de creadores que deciden cuestionar el papel del bastidor, en este caso prescindiendo de él: en otro registro, estaría el caso también reciente y notorio de Angela de la Cruz, nominada al premio Turner de este año por una obra que destaca por, entre otros aspectos, aportar una cualidad escultórica a sus pinturas mediante la ruptura literal de los bastidores, lo que da lugar a estructuras alteradas ad hoc.

Completa la exposición de Arrazola un vídeo en el que la propia artista aparece tendiendo sus muñecas textiles –lo que hace de nuevo explícito el doble significado del título-, mientras a unos dibujos sobre tela se les insufla vida mediante el sencillo sistema de agitar el tejido que les sirve de soporte, lo que vendría a constituir una especie de animación pretecnológica, o –si se prefiere- una muestra de posibilismo poético.

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