viernes, 4 de diciembre de 2009

El manantial


El manantial” (“The Fountainhead”, 1949) es una película de King Vidor, protagonizada por Gary Cooper y Patricia Neal. Se basaba en un novelón de la escritora ruso-norteamericana Ayn Rand, que además escribió el guión. Rand transmitía en su literatura todo un concepto filosófico propio, de espíritu objetivista, que defendía ante todo la prevalencia del individuo frente a la masa y la necesidad de estructurar un sistema de valores basado en las verdades inmanentes de la realidad, que la mente humana debía discernir. Al parecer, la autora no quedó satisfecha del resultado de la película que ella misma escribió: sin embargo, tras ver la película el otro día, mi conclusión es que lo único dudoso de ella es precisamente el guión.

Parece bastante claro que la novela y la película se basan en la figura del revolucionario arquitecto americano Frank Lloyd Wright a quien Rand admiraba (la buena mujer tendía a admirar a las grandes personalidades de ego desmesurado), y al que el Guggenheim de Bilbao dedica estos días una exposición sobre la que ya hablé en una entrada anterior. El protagonista del filme, llamado Howard Roark (Gary Cooper), es igualmente un arquitecto que abomina de la mediocridad imperante en su medio, mediocridad que deriva en la construcción de espantosos refritos clasicistas, mientras él sueña con alucinantes composiciones de un racionalismo visionario. Superhombre que prefiere mantenerse fiel a sus principios como artista antes que someterse a lo que se supone que la sociedad (“la masa”) exige de él, encuentra la horma de su zapato en una bella mujer llamada Dominique Francon (Patricia Neal), que lo admira profundamente pero que también posee un carácter ingobernable y que, al no desear atadura alguna en su vida, destruye o se aleja de todo aquello que ama y por tanto puede esclavizarla. Hay también un sibilino crítico de arquitectura que adula a los mediocres y trata de hundir a los genios con el fin de afianzar su poder, un arquitecto del tres al cuarto que basa su éxito comercial en el estilo mimético que Roark detesta, y un magnate de la prensa que descubre que la multitud informe a la que él creía tener bajo su control lo abandonará por otros cantos de sirena igualmente aberrantes pero mejor entonados.

El modo en que la historia nos presenta la interesante pero muy discutible filosofía individualista (también se la puede definir, menos eufemísticamente, como “de extrema derecha”) de Ayn Rand es enfático, pesado y bastante naïf. Todo se verbaliza, desde las motivaciones íntimas de los personajes hasta sus anhelos y temores, e incluso su mismo papel simbólico dentro del sistema de signos que Rand estableció. Esto hace por momentos algo plúmbeo el desarrollo de la película, e incluso movió a la risa al público en varios momentos del pase en la Filmoteca. Particularmente dolorosa es esta secuencia, en la que Gary Cooper enuncia su credo moral e intelectual como defensa en un juicio, en la que el actor parece no comprender muy bien el fondo de su propio discurso, mientras el espectador recibe un sermón sentencioso y simplista.

Sin embargo, prácticamente todos estos defectos quedan redimidos por la soberbia, ultracreativa puesta en escena que Vidor aplicó sobre el viscoso material del que partía. ¡Qué composición de los planos! ¡Qué intensidad en cada minuto de las dos horas de metraje! ¡Qué dirección de actores! ¡Qué extraordinaria iluminación y encuadre! Hay en “El manantial” algunos planos de un lirismo, una capacidad expresiva y una fuerza con los que los mejores directores actuales no se atreverían ni a soñar. Sólo daré un ejemplo, y es el final de la película. En ella, Patricia Neal asciende a velocidad vertiginosa por un montacargas de obra hacia la cúspide del fálico edificio que Roark ha diseñado, su gran sueño como artista: en la cumbre le espera el Genio Solitario, vestido con un mono que remite a los carteles propagandísticos del fascismo italiano, la Alemania nazi o la época estalinista de la URSS (ver foto que ilustra esta entrada). Admito que los referentes son un poco aterradores, pero la belleza de esta película también lo es, y mucho.

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