miércoles, 2 de diciembre de 2009

Dos pelis españolas, dos



En los últimos días la cartelera se ha animado con dos auténticas rarezas: nada menos que sendas películas españolas que no producen sopor, pereza y/o vergüenza ajena. Al menos a mí. Hablo de “Celda 211” de Daniel Monzón y “Los condenados”, de Isaki Lacuesta. Una película “de género” (thriller carcelario) y una “de autor”, cada una de las cuales muestra cierta tendencia a escapar de esta premisa original, pero que resultan más interesantes cuanto más se ciñen a ella.

Los condenados” obtuvo valoraciones dispares en el último festival de San Sebastián, donde terminó ganando precisamente el premio de la crítica. Su historia reflexiona con dignidad acerca de la vigencia de lo que eufemísticamente llaman algunos “lucha armada”, sobre la evolución de los paraísos libertarios y el afloramiento de los pasajes más dolorosos de la historia reciente. La principal pega que se le ha puesto es una cierta tendencia discursiva, que en mi opinión no es tal. Es cierto que uno empieza a cansarse de la interminable cháchara de los actores argentinos -¿qué habremos hecho nosotros para merecer los guiones de Adolfo Aristarain?-, y que esta rémora acaba afectando al ánimo del espectador, pero la acusación es algo injusta por dos motivos, a saber: 1) En efecto, los personajes hablan mucho, pero es para establecer parapetos frente a la temida verdad: si uno presta atención se da cuenta de que en realidad los conflictos últimos y sus detonantes no son subrayados verbalmente, sino que el autor se esfuerza por desvelarlos a través de la imagen, y 2) La estupenda planificación visual de la cinta (hay un autor detrás, y esto es innegable) facilita que perdonemos las ocasionales ofensas perpetradas por el guión.

En cuanto a “Celda 211”, cumple religiosamente la mayor parte de los tópicos y mandamientos del género al que pertenece (sólo le falta la escena de violación en las duchas), y por momentos uno teme el desarrollo que va a dispensarse a todos los elementos desplegados. Por fortuna, en su último tercio emplea estos elementos de un modo ligeramente distinto a aquel que nos acostumbra el cine mainstream y, aunque nunca se atreve a desmelenarse del todo, sí resulta interesante en su renuncia al maniqueísmo. El fenómeno terrorista aparece también retratado (esta vez con acidez nada complaciente), mientras parece rendirse un particular homenaje a la mítica “Tasio” (la peli aquella del carbonero dirigida por un Montxo Armendáriz lleno de pretensiones antropológicas), que cumple 25 años, contratando a Patxi Bisquert para ponerlo en la piel de un preso etarra. La película no aburre en ningún momento, aunque finalmente sea bastante poca cosa. Y Luis Tosar realiza una unánimemente alabada interpretación en la línea Cruz-y-Raya, sólo que –admitámoslo- algo más lograda de lo que suele deparar este registro. Ahora, a veces me distraía del argumento al pensar en la operación de pólipos en las cuerdas vocales a la que habrán sometido al pobre hombre después de la claqueta final del rodaje. ¿Contará esto como enfermedad profesional?

Añadiré que ninguna de estas dos cintas me ha dejado el más mínimo poso. Las he olvidado casi inmediatamente después de haberlas visto. Pero, como suele decirse, fue bonito mientras duró.

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