viernes, 4 de diciembre de 2009

Cristina Iglesias en Milán


Crítica publicada hace un par de meses:

Cristina Iglesias. Il senso dello spazio

Del 23 de septiembre de 2009 al 7 de febrero de 2010
Fondazine Arnaldo Pomodoro. Milán.

La escultora donostiarra Cristina Iglesias corría el riesgo de verse ensombrecida por la notoriedad de las exposiciones póstumas consagradas a quien fue su marido, Juan Muñoz. Sin embargo, esta “Il senso dello espacio” que ahora le dedica la fundación Arnaldo Pomodoro de Milán demuestran que la notoriedad propia de la artista es si cabe mayor que nunca.

Cristina Iglesias en Milán

Como es sabido, Iglesias (San Sebastián, 1956) fue la esposa del artista madrileño Juan Muñoz hasta el fin de los días de éste, y después ha estado intensamente involucrada en la organización y difusión de las espléndidas exposiciones a él consagradas por algunos de los más importantes centros de arte contemporáneo del mundo. Mostrando una generosidad y una elegancia que merecen ser destacadas, Iglesias no ha rehuido las declaraciones sobre quien fuera su marido, que han resultado bastante esclarecedoras sobre el particular universo y la personalidad de un autor que ha alcanzado tras fallecer el estatus de figura casi mítica. Parece evidente que Iglesias se muestra bastante segura de su propia relevancia como artista -otra cosa sería impensable a tenor de lo visto-, y ciertamente tiene motivos para ello: no habría en su caso un papel que le casara menos que el de mera difusora del testimonio sobre el genio muerto, tan excluyente e ingrato.

En realidad, Iglesias obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas antes (exactamente un año) que su ilustre marido, en una edición en que también se decidió premiar nada menos que a Pablo Palazuelo, reconociéndose con ello al binomio formado por una “trayectoria reconocible” y un “valor renovador”. Renovadora o no, para entonces el prestigio de la donostiarra ya se encontraba perfectamente asentado, de modo que las estructuras de celosías y formas orgánicas que centraban gran parte de su producción eran alabadas por la mayor parte de la crítica. Tampoco posee una importancia menor el hecho de que, aún antes de esto, el museo Guggenheim de Nueva York le hubiera dedicado una exposición individual que después se trasladaría a su hermano bilbaíno en la que fue la primera muestra del museo de Gehry consagrada íntegramente a un artista vasco. Desde entonces, y con independencia de las circunstancias externas, el renombre de la obra de Iglesias ha seguido creciendo, en particular dentro de la escena internacional. Por otra parte, la muy notable simbiosis que se produce entre sus esculturas y los grandes espacios abiertos ha derivado en una amplia demanda de encargos públicos, entre los que destacan las impresionantes puertas de bronce para la discutida ampliación del Museo del Prado o, aún en mayor medida, la “Deep Fountain” de la Plaza de Leopold de Wael de Amberes. Como dato también significativo, uno de los “Pasillos suspendidos” de Iglesias está aún presente en la selección de elles@centrepompidou, que el centro parisino dedica a las principales creadoras contemporáneas de todo el mundo (donde quizá no estén todas las que son, pero desde luego son todas las que están), y de la que ya dimos cuenta en estas mismas páginas hace unas semanas.

La nueva y ambiciosa exposición que estos días dedica a Cristina Iglesias la Fondazione Arnaldo Pomodoro de Milán está comisariada por Gloria Moure, y ofrece un total de diecinueve obras, algunas de grandes dimensiones, provenientes de colecciones públicas y privadas (la de la propia artista entre ellas). El objetivo de la empresa es doble. Por un lado, se pretende generar un laberinto sensorial que transita por el agua, la tierra o la luz como reflejo del poderoso aliento telúrico de la obra de Iglesias, de sus imágenes de inmediata y poderosa fuerza plástica. Por otro lado, se busca ampliar el ámbito de la reflexión hacia los artistas surgidos en las décadas de los 80 y los 90 del pasado siglo.

Para ambas vertientes de la propuesta resulta decisiva la interacción entre el espectador las obras, algo de lo que han sido muy conscientes los responsables de la Arnaldo Pomodoro. La profunda esencia barroca del trabajo de Iglesias emerge en todo su esplendor a través de las superficies de terso bronce o alabastro, y los diálogos entre la realidad y su representación falsamente naturalista se ofrecen con transparencia al visitante receptivo. En particular, la gran nave de Via Solari reúne una amplia serie dedicada a los jardines, lo que incluye un bello despliegue de caminos y pérgolas, así como una fuente invadida por la naturaleza.

En algunas de sus declaraciones, Iglesias se ha reconocido su admiración por el escritor británico J.G. Ballard y el cineasta ruso Andrei Tarkovski. En efecto, no es difícil rastrear los vínculos con los visionarios autores de “Rusching to Paradise” y “El espejo” en la obra de Iglesias, referencias explícitas aparte (la escultora ha integrado en algunas de sus piezas textos procedentes de las novelas de Ballard). En la obra de los tres encontramos como constantes una intensa añoranza del paraíso, la importancia de la creación de atmósferas densas e inefables o la fascinación por la energía dimanada por la naturaleza y sus fenómenos. La selección que ha realizado Gloria Moure para el centro lombardo refleja adecuadamente estos rasgos estilísticos, y supone por tanto un magnífico acercamiento al universo de una de las artistas más relevantes surgidas en Europa en el tramo final del siglo XX.

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