lunes, 7 de septiembre de 2009

Comprender el arte


Aproveché uno de los últimos días de las vacaciones que ya han terminado para acercarme a Fuenterrabía, precioso pueblo de la costa vasca que en esta época suele llenarse de veraneantes procedentes de las capitales de la comunidad autónoma. Allí presencié un espectáculo de música y danza llamado “Hormen arteko oihartzunak”, ideado por el compositor local Gorka Alda, que vive y trabaja en París y al que conozco ligeramente. Tomando como referencia y pretexto el juego de la cesta punta, Alda y su coreógrafo, Mikel Aristegui, reunían en el frontón del pueblo a varios músicos, bailarines y pelotaris que ejecutaron una función llena de originalidad y belleza. Contrariamente a lo que había temido (admito mis prejuicios, y suelo tratar de combatirlos), no encontré en todo aquello el menor resquicio de pedantería, afectación o falsedad. La hora larga que duró se me pasó volando, y en varios sentí una genuina emoción estética. Verdaderamente, un chico con talento, el tal Gorka Alda. Espero saber más de él en el futuro.

La cuestión es que, tras salir del frontón, los presentes intercambiamos nuestras opiniones sobre lo que acabábamos de ver. En general estábamos todos encantados. Pero hubo un comentario que me descolocó bastante, sobre todo porque procedía precisamente de un artista plástico. Esta persona dijo que se había aburrido durante un solo de danza y que le gustaría tener la ocasión de preguntar a Alda qué simbolizaba aquel movimiento, ya que si lograba comprenderlo quizá su opinión sobre él cambiaría, y llegaría a gustarle. Quien dijo esto, además de artista, es alguien cuyo trabajo aprecio mucho, y cuyas opiniones valoro y respeto enormemente, incluso aunque no siempre esté de acuerdo con ellas. Sin embargo, esta vez se había colocado en una posición diametralmente opuesta a la mía, y que además (los prejuicios, de nuevo) encontré inconcebible en alguien que se dedica a la creación artística.

Siempre he pensado que era absurda la exigencia que se dirige a los creadores, sean pintores, cineastas, músicos o escritores, de explicar su obra, tanto en un sentido conceptual como meramente técnico. Encuentro que en esto subyace una demanda justificativa que me parece, además de asfixiante, completamente superflua. Para mí, las obras de arte, si lo son, se justifican a sí mismas, y desde luego su calidad es, a posteriori, por completo independiente de los motivos que la generaron o los recursos estilísticos que se han empleado para ejecutarla. Para que una obra me guste, no necesito comprenderla, al menos no en el sentido al que se refería la persona mencionada. Y jamás se me ocurriría solicitar a su autor que me la explique. Es más: sospecharía inevitablemente de un autor que se muestra demasiado dispuesto a facilitar las claves de su trabajo y a demostrar que éste posee un rico trasfondo conceptual. Excusatio non petita accusatio manifesta.

Otro de los presentes hizo una afirmación que explica bien a lo que me refiero: “Un artista no es un filósofo”. Creo que esto es cierto, al menos como norma general. Hay desde luego artistas que plantean y se cuestionan temas cercanos a la filosofía, pero para mí el mensaje esencial de la frase hace referencia al hecho de que el arte y la filosofía son disciplinas distintas, y que sus finalidades y principios metodológicos son incluso opuestos. La filosofía se acerca a la ciencia, y en ella la investigación es esencial. No creo que el arte deba demostrar nada, ni mucho menos aún investigar nada. Yo no busco; encuentro, dijo Picasso. Siempre había pensado que todo artista, mayor o menor, habría de opinar lo mismo.

Por otro lado, me parece que otra de las características inherentes a la obra artística es que resulta imposible conocer exhaustivamente todas sus claves: no creo que ni el propio artista pueda conocerlas del todo, ya que en el proceso creativo entran en juego factores inconscientes de vital importancia. Y, si se conocieran, ¿qué iba a importarme, más allá del interés por acumular conocimientos? ¿Cambiaría mi opinión sobre “La maja desnuda” de Goya si me informaran que el pintor sorprendió desnuda a su propia madre cuando era niño, y que esa imagen se aferró a su subconsciente para surgir en el momento preciso en que se enfrentaba a la creación de aquel cuadro? Francamente, no lo creo. Remito para todo ello a una entrada anterior en este blog sobre el misterio.

En todo caso, el debate resulta apasionante, y estoy dispuesto a participar en él, dentro o fuera de este blog.

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