lunes, 21 de septiembre de 2009

A través del sonido


Crítica de arte que publiqué este verano:

La donostiarra Tabakalera exhibe diversos trabajos cuyo punto en común consiste en emplear las múltiples posibilidades del sonido. Algunas de ellas incluso se han creado específicamente para la ocasión. Sin embargo, no es siempre el oído el sentido que recibe más estimulación. Y, como de costumbre, el conjunto tiende a resaltar las virtudes del edificio.

Experimentar la arquitectura a través del sonido

Una docena de artistas exponen su obra en “Tabakalera suena”, cuyo sencillo punto de partida (la utilización del sonido en las artes plásticas) incorpora la promesa de una experiencia sensorial que ciertamente se cumple.

El Sound-Art quizá no sea la más popular de las manifestaciones artísticas, pero tampoco constituye propiamente una novedad o siquiera una premisa subexplotada. Ya el Futurismo italiano, además el Dadaísmo y el Surrealismo, ensayaron con sus códigos, aunque el término en sí se acuñó y popularizó en las dos últimas décadas del siglo XX. La función divulgativa al respecto de la exposición posee desde luego un mérito que es justo reconocer. La selección de obras y artistas también resulta satisfactoria. Pero, una vez más, por lo que destaca la muestra es por su valor como herramienta empleada a mayor gloria del fascinante edificio de la Tabakalera.

Ya se ha sugerido en alguna ocasión anterior que prácticamente cualquier exposición que tenga lugar en Tabakalera parte con una ventaja intrínseca que, debidamente gestionada, puede bastar para hacer rentable la visita del espectador. El propio edificio y su sucesión de amplias salas de antiguo uso fabril poseen un encanto tan intenso y majestuoso que resulta imposible resistirse a él. Plenamente conscientes de ello, los autores de la exposición se las han arreglado para que cada una de las instalaciones selecionadas realce de un modo distinto el soberbio entorno en el que se integra. En los casos más espectaculares, cuesta incluso juzgar la propia obra bajo criterios distintos a aquel: “H.D.H.”, de Patxi Araujo, ofrece la proyección de un mar sintético de ondas sonoras que actúan como olas que se levantan en función del movimiento generado en la sala. Edwin Van Der Heide presenta “LSP – Tabakalera”, en el que unos haces de luz láser combinados con sonidos digitales generan ilusiones ópticas espaciales en una húmeda estancia que hace pensar en ambientes post-apocalípticos o en el cine de Tsai Ming-Liang (“The Hole”, “The River”). Este último constituye también un caso particularmente sintomático de uno de los fenómenos más extendidos en la exposición, y es que no es necesariamente el oído el sentido cuya estimulación prevalece. Esto resulta más flagrante en un caso en que entra en juego el olfato (extraña instalación de moquetas), el sentido más evocador de todos: suele aceptarse como una verdad absoluta que los siete volúmenes de “En busca del tiempo perdido” surgieron del dulce sabor de una magdalena, pero lo cierto es que el episodio en cuestión (incluido en “Por el camino de Swann”) concede más importancia al aromático té en el que Proust moja el pastelillo.

Digresiones aparte, y prosiguiendo con el repaso: Pe Lang acude con un interesante “Falling Objects”, artefacto minimalista en el que varios dispensadores suspendidos del techo dejan caer una a una hasta 100.000 diminutas esferas metálicas sobre los paneles de madera de un sistema de taquillas o buzones, generando una original música reminiscente de la lluvia. El colectivo francés oSONE reproduce la música ambiental reintegrándola en su espacio natural. Otro colectivo, Leerraum, ha ideado una instalación sonora multicanal que mezcla las obras de diversos artistas internacionales. El británico Will Schrimshaw juega a insuflar vida en los muros del edificio al hacer vibrar unos paneles de conglomerado que actúan como caja de resonancia. Marcello Liberato diseña un recorrido a través de diversos elementos cotidianos (crujientes hojas secas y retazos de plástico transparente o poliestireno expandido) que conforman un agradable laberinto sonoro. La escultura de Mikel Arce “*.WAP” emplea el agua como material susceptible de ser “modelado” por el sonido. Por su parte, y rizando el rizo, el donostiarra Juan José Aranguren propone unas “Partituras de silencios”, que poseen la ambiciosa pretensión de trasladar al lenguaje visual no ya las claves del sonido (recordemos a Kandinsky), sino las de su ausencia.

El conjunto, como comentábamos, termina resultando innegablemente seductor, y se muestra efectivo en la cobertura del objetivo de mostrar el edificio de la Tabakalera bajo una óptica original y atractiva. Privilegiando la interactividad del espectador, maneja hábilmente conceptos como la resonancia, la disonancia e incluso la ecolocación para invocar algo así como una experiencia de la arquitectura activa.

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