jueves, 10 de septiembre de 2009

Godard y la crítica


“Les années Cahiers” es una recopilación de algunos de los textos que el director de cine franco-suizo Jean-Luc Godard escribió en los años 50, durante su época como crítico para la revista Cahiers du Cinéma. Ha sido también uno de los libros que he leído este verano, muy productivo en la cuestión literaria. Lo recomiendo vivamente por varios motivos.

Uno, porque está estupendamente escrito: los textos de Godard tenían verdadero brío literario. Dos, porque casi siempre resulta divertido, y los refinados análisis críticos carecen por completo de pesadez o pedantería. Tres, porque los puntos de vista de Godard resultan originales y presentan al mismo tiempo una rara y admirable coherencia. Cuatro, porque evidencia hasta qué punto la crítica cinematográfica actual (con contadísimas excepciones) no sabe por dónde la da el aire, empantanada en su propia mediocridad.

El volumen recoge momentos de verdad antológicos, como el repaso a la sección oficial del festival de Berlín de 1958 (que ganó “Fresas salvajes” de Ingmar Bergman) redactado a modo de telegrama, o la crítica a “Les cousins” de Chabrol, una película “falsa que os dirá sus cuatro verdades”. Muy vehemente tanto en sus filias (Murnau, Rossellini, Renoir o Mizoguchi, entre los más citados) como en sus fobias (Juan Antonio Bardem, Stanley Kramer o Jean Delannoy), Godard no podría desde luego ser acusado de tibieza. El tiempo ha demostrado que en ocasiones se equivocaba a lo bestia (alabanzas para Roger Vadim, el director de “…Y Dios creó a la mujer” y demás morralla), pero sus juicios casi siempre resultan aún más afinados desde la perspectiva actual de lo que debieron parecer en su momento. En el fondo, ello se debe a que el director de "À bout de souffle" evidenciaba en su faceta crítica una notable claridad de ideas y un estricto sistema de valores que le permitía discernir lo bueno y lo malo, y defender sus opiniones con dignidad. Esto es lo que lo diferencia de casi todos los críticos de hoy en día, cuyo trabajo suele resultar vergonzosamente arbitrario y banal.

Debo admitir que nunca he sido un gran fan de las películas de Jean-Luc Godard, pero esto se debe en gran parte a que conozco muy mal su obra. Me impongo como deberes inminentes ponerme al día: sospecho que el ejercicio me deparará todo tipo de sorpresas agradables.

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