sábado, 26 de septiembre de 2009

Antonioni y el tedio


Vitti y Delon: bellos y alienados


La Filmoteca Española dedica un ciclo al cineasta italiano Michelangelo Antonioni, fallecido hace dos años. El otro día se proyectaba "El eclipse", película de 1962 protagonizada por Monica Vitti, Alain Delon y Francisco Rabal: jueves a las diez de la noche, sala completamente llena.

Antonioni creó un considerable escándalo en el Festival de Cannes de 1960, en cuya sección oficial presentaba "L'Avventura". La crítica se dividió de manera fulminante entre quienes la adoraron y quienes la consideraron un espanto: todos estaban de acuerdo en que su estilo rompía con la concepción clásica de puesta en escena. Dos años después, el italiano triunfaba con todas las de la ley en el mismo festival con esta "L'eclisse", que ganaría el Premio Especial del Jurado.

Hace unos meses yo explicaba en este blog que no puedo entender como una película puede ser buena y aburrida al mismo tiempo. Para mí, el principal síntoma de que una película es buena es precisamente el entretenimiento que me produce, entretenimiento que puede adoptar diversos grados y matices (hasta llegar a la pura hipnosis, ver "Gritos y susurros" de Bergman: cuando esto ocurre, sé que estoy ante una obra maestra). Pues bien, Antonioni es el único director de la historia del cine que pone en crisis este principio, al conseguir fascinarme con sus imágenes mientras me envuelve una extraña sensación cercana al tedio. Esto es exactamente lo que me ocurrió viendo "El eclipse".

Una sofisticada joven de la burguesía romana (Vitti) abandona a su amante (Rabal), que se resiste a aceptar la situación. La madre de ella pierde una fortuna en la Bolsa, donde trabaja un chico guapo y con pocos escúpulos (Delon). La chica bien y el agente bursátil inician un flirteo marcado por la alienación propia de las clases acomodadas de la sociedad capitalista.

En este contexto argumental, Antonioni crea unas imágenes de una elegancia y un magnetismo asombrosos. Los barrios residenciales de Roma, las frenéticas sesiones de la Bolsa, los cuerpos de los protagonistas están soberbiamente filmados en un blanco y negro de antología. Mientras tanto, el ensimismamiento y el spleen existencial del personaje de Monica Vitti se contagia al espectador, que asiste a lo que ocurre en la pantalla con una vaga indiferencia sin por ello dejar de sentirse atraído por el modo en que todo está contado. Insólito estado de ánimo que sólo Antonioni era capaz de crear, y por el que encuentro que merecía toda la admiración del mundo.

Espero gracias a este ciclo poder ver otras películas de este director que aún no conozco ("El grito", "Crónica de un amor", "La noche"). Ya daré cuenta de ellas.

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