miércoles, 29 de julio de 2009

Placeres culpables


En inglés llaman “guilty pleasures” a esas cosas que nos agradan a pesar de que al mismo tiempo nos denigran, aquéllos de nuestros gustos que nos costaría reconocer en público porque nos producen cierta vergüenza.

Como cualquiera que lea este blog se habrá podido formar una idea de mí a través de mis filias declaradas, y la mayor parte de éstas coinciden con lo que podríamos llamar Buen Gusto Certificado Del Gafapasta (Buñuel, Bergman, Proust, Louise Brooks y así), creo que puede constituir un buen complemento una breve entrada dedicada a la sección más chabacana de mis aficiones. Por ejemplo:

Me gusta leer algunos blogs y columnas de opinión escritas por indocumentados sin talento.

No comprendo muy bien la razón de esto, pero cuanto mayor sea la distancia entre la consideración que el sujeto en cuestión demuestra por su propio talento y criterio y la auténtica calidad de éstos, mayor es mi disfrute. Hay por ahí auténticos cafres opinando sobre cuestiones sobre las que no tienen ni idea, y ellos parecen los únicos que no se dan cuenta de que lo evidente que resulta. Eso es lo más divertido de todo. Imagino que si yo me pusiera a opinar sobre la liga española de fútbol, también sería capaz de proporcionar grandes momentos de regocijo. Por otra parte, y dejando aparte la cuestión meramente lúdica, no considero grave que los bloggers anónimos opinen (opinemos) sobre lo que nos dé la gana y sin fundamento alguno. Lo tremendo es que haya gente que se llama a sí misma periodista, y que hace lo propio cobijada en los medios que les pagan el jornal, y sin ningún remordimiento aparente. Aquí los sentimientos son ambivalentes, y el regodeo se mezcla con la desazón. Dicho todo esto, asumo que muchos de los que leen este blog pensarán de mí que soy un cretino y que escribo fatal. Faltaría más, es el (barato) precio que uno debe pagar cuando dedica a esto parte de su tiempo.

Me gusta mucho Marisol (aka Pepa Flores)

Sus películas como niña prodigio eran repugnantes, ética y estéticamente. Pero ella era un auténtico fenómeno de la naturaleza, desde el primer plano en que su rostro se proyectó sobre una pantalla. Me encanta escucharla cantando una canción tan kitsch y absurda como “Estando contigo”, perversión que comparto con mi amiga Lorena. En su posterior etapa de sex-symbol contestataria también me agrada, desde luego. Maravillosa en “Tu nombre me sabe a yerba”, de Serrat.

Me gustan los grasa-bares y los menús del día baratos

Como no soporto las cadenas de hamburgueserías y similares (sólo el olor me provoca náuseas), la única opción que considero para comer fuera de casa a un precio económico es el menú del día. Necesito mi primer plato, mi segundo plato y mi postre. Aquí soy capaz de disfrutar incluso de la paella más reseca y el escalope más grasiento. Por otra parte, admiro ilimitadamente a quienes atienden bien este tipo de establecimientos: me parece un trabajo muy estresante y que requiere una gran diligencia. En Madrid, Marsot, en la calle Pelayo, no es exactamente un grasa-bar, pero su personal (pertenecientes todos ellos a la misma familia) constituye un ejemplo modélico de lo que digo.

Lo paso muy bien con el cotilleo

Aunque, como en todo, aquí tengo que hacer distinciones. No puedo con todos esos programas de televisión llenos de seudo periodistas zafios e ineptos dedicados a destripar a unos personajes casi tan inmundos como ellos. Incomprensible fenómeno español que en ningún otro país que yo conozca alcanza tales magnitudes. Tampoco entiendo la obsesión de muchos por meterse en la vida ajena, juzgando los comportamientos de los demás o baboseando en sus miserias. Pero me encanta que se me revelen secretos, y también encontrar la parte más divertida de lo que se supone chocante o escandaloso. En realidad, creo que la mayor parte de las cosas que son motivo de escándalo para lo que suele llamarse “la sociedad en general” es más bien hilarante, así que disfruto mucho cuando se me hace partícipe de ello.

Me vuelve loco el psicoanális barato

De niño me encantaban, por ejemplo, las películas americanas en las que los conflictos de los personajes se resolvían mediante ecuaciones basadas en clave de folkore psicoanalítico. “Marnie, la ladrona” de Hitchcock, por ejemplo, o casi todo lo que estaba basado en obras de Tennessee Williams. Esta afición se ha moderado con el tiempo, aunque en esencia permanece. La vulgarización del psicoanálisis es un recurso tan facilón y precario que me produce bastante risa, y lo contemplo en términos similares al uso de la fantasía más descabellada.

Bueno, pues estos son algunos de mis gustos menos confesables. Si caigo en la cuenta de algún otro, informaré sobre ello en futuras entradas.

No hay comentarios: