viernes, 10 de julio de 2009

Afrodita: una rareza


Hace unos días, echando un vistazo en la librería de la casa de un amigo (mis conocidos me acusan con razón de no hacer ni caso de sus muebles y detalles decorativos; sin embargo, nunca me pasa inadvertida su dotación bibliográfica), me topé con un libro que atrapó inmediatamente mi atención. Se trataba de una edición española de “Afrodita”, novela escrita por el autor francés Pierre Louÿs y publicada en 1896. Louÿs es un autor hoy más bien olvidado, pero que disfrutó en su momento de un éxito formidable y escandaloso, y su obra más conocida, “La mujer y el pelele”, ha sido adaptada al cine en diversas ocasiones. En particular, por Luis Buñuel en su última película, bajo el título “Ese oscuro objeto del deseo”, para la que el genio aragonés tuvo la revolucionaria idea de repartir el personaje femenino principal entre dos actrices, Angela Molina y Carole Bouquet, que se alternaban en pantalla de manera aparentemente arbitraria.

La cuestión es que pedí prestada esta “Afrodita” cuya sugerente cubierta aparece ilustrada por la fotografía de una odalisca semidesnuda, típica del imaginario erótico de principios del siglo XX. Después de haberla leído, resulta fácil entender por qué la novela fue todo un best-seller en su día, y también por qué hoy casi nadie se acuerda de ella. Escrita en un estilo sensual y algo recargado, vendría a constituir una versión modernista y vagamente pornográfica (y con más encanto) de esas novelas históricas que estamos acostumbrados a encontrarnos en las listas de éxitos de medio mundo, y cuya estela tampoco creo que permanezca dentro de unos años. La historia narrada sitúa a una femme fatale en el contexto de la Alejandría clásica: Demetrios, joven escultor amante de la reina Berenice y el hombre más deseado de la ciudad, se enamora a primera vista de la disoluta cortesana Khrysís, que está dispuesta a un revolcón con prácticamente todo aquel (o aquélla) que se lo solicite, pero que para entregarse al artista exige de éste la comisión de tres crímenes monstruosos, a saber un robo, un asesinato y un sacrilegio. La cosa, obviamente, acaba muy mal.

Mencionaba antes el encanto de la novelita. Lo tiene sin duda, y de hecho es lo único que puede explicar que la haya devorado como un paquete de caramelos, porque hay pocos géneros que deteste tanto como el best-seller histórico. La superficialidad de los personajes, la descarada vocación de escándalo y la rimbombante prosa son lo de menos. Lo de más es su maravillosa amoralidad, una sensualidad que tendría muy poco que envidiar a una Colette, y varias ráfagas de inspiración luminosa en la construcción de algunas situaciones. El momento cumbre de la narración, desde luego, cuando Khrysís se muestra desnuda ante sus conciudadanos portando las pruebas del triple delito, pero también la descripción de una orgía en la que se cometen toda clase de excesos (como debe ser), comenzando con la comida y siguiendo sucesivamente con la bebida, el sexo y, en un giro repentino, el asesinato más sanguinario. La visión de Louÿs, erotómano reconocido, está por momentos bastante cerca de la del marqués de Sade, lo que no es poco mérito. Finalmente, lo que hace más de un siglo fue un lucrativo escándalo es hoy una rareza exquisita.

Desconozco si el libro puede encontrarse en las librerías, pero recomiendo vivamente el intento.

2 comentarios:

Unknown dijo...

lo leí de adolescente en una edición de circulo de lectores y así tengo mi sexualidad llena patologias ;)

Pano L dijo...

No te inquietes, Oscar: todos somos todos un poco patológicos.