lunes, 3 de agosto de 2009

La otra cara del exotismo



Crítica de arte que publiqué el mes pasado:



Hace un mes escaso, el fotógrafo Malick Sidibé (Mali, circa 1935), más bien ignoto en nuestros lares, se hacía con el Premio PHotoEspaña Baume & Mercier 2009 gracias a la exposición que le dedicaba a su obra la galería de Oliva Arauna. En realidad, Sidibé se encontraba presente en el evento por partida doble, ya que su trabajo había sido incluido asimismo en la interesante “Años 70. Fotografía y vida cotidiana'”, que ofrecía el Teatro Fernán Gómez. El nombre de este fotógrafo africano, que se define refractario a la consideración y denominación de artista, ascendía de inmediato a lugares privilegiados en los medios de comunicación, de los que podía pensarse que hasta entonces raramente había disfrutado.

Sin embargo, Sidibé no es un recién llegado, y ya contaba en su haber con otras distinciones de gran relevancia, como un León de Oro a la totalidad de su obra en la Bienal de Venecia de 2007, o los premios Hasselblad e ICP. Formado en los ámbitos del diseño y confección de joyas antes de convertirse en aprendiz de un popular fotógrafo local apodado “Gégé la pellicule”, terminó por establecer su propio estudio en Bamako con gran éxito.

Una visita a la galería de Oliva Arauna, animado por la noticia del galardón, reveló a quien escribe estas líneas un trabajo técnicamente correcto y dotado de indiscutible vitalidad. Se trataba de instantáneas en blanco y negro tomadas en el país natal de su autor en los años sesenta y setenta del pasado siglo (pero positivadas recientemente), algunas de ellas en estudio, otras en entornos públicos con cierta predominancia de fiestas y verbenas. Las fotografías de estudio muestran una admirable sencillez y delicadeza a la hora de retratar a sus modelos, individualmente o en grupos familiares, con algunas pinceladas que podrían situarse en la rara equidistancia entre la antropología y la publicidad de moda (primeros planos de unos arriesgados y fascinantes looks capilares). Los exteriores muestran sobre todo a una juventud que repite los mismos rituales lúdicos de sus equivalentes europeos o americanos, comenzando por una evidente preocupación por seguir las últimas tendencias en vestidos y peinados. Abundan los pantalones de campana y las camisas acrílicas, algo que cualquiera habría podido esperar de un vistazo por las calles de la Nueva York o el París en la época, pero difícilmente del oeste de África.

Para el ojo proveniente del mundo digamos “desarrollado”, uno de los principales valores del trabajo de Sidibé radica precisamente en su intrínseco desafío frente a las ideas preconcebidas que se albergan respecto al continente africano, percibido como un borroso magma dominado por los tópicos que generan dos grandes vectores, a saber: el Exotismo y el Miserabilismo. “En los años setenta los europeos creían que vivíamos desnudos en los árboles”, incide con sorna el propio Sidibé. En realidad, sus fotografías documentan en primer plano la atmósfera de optimismo y confianza en las propias posibilidades que sucedía al abandono del estatus colonial (Mali se había independizado de Francia en 1960) y, en un trasfondo menos evidente, lo que podríamos denominar el drama de una esquizofrenia: políticamente emancipado al fin, el país parecía sin embargo construir su identidad de manera algo errática, adhiriéndose con entusiasmo a los modos y costumbres de la antigua metrópoli. Esta contradicción, de la que la psicología podría apuntar que los conflictos edípicos no están excluidos, queda aquí ilustrada de un modo sutil y esquinado. Hay algo en las amplias y blancas sonrisas, en las faldas con vuelo, en las poses de tipo duro, de jovencita ye-yé, de dandy urbano, algo que remite al ansia desesperada del individuo de alcanzar su realización asumiendo el papel del mismo padre del que acaba de librarse. No es descartable que el fotógrafo ni siquiera fuera consciente de ello cuando realizó su trabajo, así que estas interpretaciones emergen a posteriori, para convertir lo que habría podido ser un puñado de adocenados retratos de estudio y fotos de sociedad en un documento con valor sociológico, político y artístico.

Todo esto está también presente, por supuesto, en la muestra de Hackelbury Fine Art, galería londinense que retoma con Sidibé el relevo de Madrid. Creada por los comisarios Sascha Hackel y Marcus Bury en 1990 como un espacio especializado en fotografía dentro del privilegiado emplazamiento de Kensington, Hackelbury incluye en su cartera a artistas como Salgado, Penn, Cartier-Bresson o Kertész. Definitivamente, el trabajo de Malick Sibidé, beneficiado por la nueva mirada que aporta el paso del tiempo, puede considerarse un artículo de moda.

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