Es extraño que nunca hasta el momento haya mencionado en mi blog a Lorena Uriarte, sobre todo porque ella es una de las personas que más cuentan en mi vida.
Nos conocemos desde que entramos en la mayoría de edad. Hace ya unos cuantos años de eso. Desde entonces hemos atravesado varias fases en nuestra relación: las primeras fueron más equívocas, pero creo que muy pronto quedó claro entre nosotros qué es lo que iba a unirnos en el futuro, o al menos hacia qué dirección avanzábamos. En los últimos años, hemos perseverado en esa dirección sin desviarnos un ápice de ella. Somos amigos, y de alguna manera también hermanos. Escribo esto porque pienso que, si la amistad normalmente se fundamenta en una equilibrada combinación de fortalezas y debilidades complementarias que derivan en un mutuo beneficio (relación simbiótica), en nuestro caso el predominio corresponde a una serie de semejanzas (en vivencias, puntos de vista, etc) determinantes que nos convierten en lo que algunos cursis llaman “almas gemelas”, y que acaban operando como un ADN común. Es por eso que mezclo la hermandad en todo el asunto. Sólo que, al contrario que en la mayor parte de las relaciones fraternales, incluso las más sanas y mejor gestionadas, de la nuestra quedan excluidos algunos elementos típicos como la competitividad o la suspicacia. Tampoco quiere esto decir que entre ella y yo las cosas hayan sido siempre idílicas. Hay algunos puntos en los que hemos encontrado y siempre encontraremos cierta fricción: guardaré para mí cuáles son esos puntos, que a nadie importan salvo a nosotros.
Lo esencial es que Lorena y yo hemos estado juntos en los momentos más complicados, y también en algunos de los más agradables. Nuestra educación sentimental ha avanzado casi en paralelo, y hemos llegado a conclusiones muy similares en lo que se refiere a las relaciones personales. Hablar con ella siempre me tranquiliza y me reconforta. Ella es una de las poquísimas personas de este mundo de las que jamás me canso. Más aún: es la única con la que siempre puedo reírme a carcajadas, a veces para desesperación de quienes se encuentran a nuestro alrededor. Contra todo lo que explicaba antes, compartimos muy poco en el campo de las aficiones, y no conseguimos vernos con tanta frecuencia como nos gustaría, pero eso de ningún modo evita que nos consideremos (o, al menos, que yo nos considere) casi como una sola mente cuando estamos juntos.
Me sorprende esta capacidad del ser humano para hiperempatizar hasta la certeza de encontrarse en comunión con el otro. No hay comunión posible, eso lo sé. Pero el mero hecho de que a veces nos instalemos en la ilusión de ser uno con otra persona, me parece uno de los prodigios que hacen la vida más llevadera. Lorena, mi prodigio, espero que de un modo u otro estés siempre cerca de mí.
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