martes, 14 de julio de 2009

Paranoid Park


Gus Van Sant es un director que, lo admito, me desconcierta un poco. Adoro unas cuantas de sus películas (“Mi Idaho privado” o “Elephant”, por ejemplo), mientras que otras (“El indomable Will Hunting”) las encuentro sencillamente insufribles. Hay también un tercer grupo (“Milk”, “To die for”) ante el que predomina la indiferencia. La cuestión es que Van Sant contradice limpiamente algunas de mis teorías sobre el cine, lo que basta para hacerlo merecedor de mi respeto.

Paranoid Park”, su última película estrenada en España, cuenta una anécdota breve y terrible (el crimen más o menos involuntario cometido por un skater adolescente, y el subsiguiente desencadenamiento de los mecanismos de la culpa) con todo el despliegue de la impresionante batería estilística propia del autor. Rozando casi siempre el manierismo, Van Sant ofrece algunas imágenes espléndidas, ralentís incluidos, y no concede a lo visual (soberbia fotografía de Christopher Doyle) menor importancia que a una banda sonora que reúne a Beethoven, Nino Rota para Fellini (“Giulietta de los espíritus”, “Amarcord”) o Cool Nutz. Lo prolijo de esta labor, así como algunos de los recursos empleados para subrayar lo que parece el tema central de la película, la alienación y fragilidad adolescente (los adultos, tópicamente fuera de campo; el tratamiento dispensado a la horrible novia del protagonista) pueden producir cierta irritación ocasional, pero sería injusto admitir que en general la cinta tiene mucho de fascinante, y que su artefacto se sostiene a la perfección durante la hora y media escasa que dura. “Cahiers du cinéma” hablaba de soberbia culminación de una tetralogía que se habría iniciado con “Gerry”, para continuar con “Elephant” y “Last Days”. No estoy del todo de acuerdo con la revista francesa, entre otras cosas porque “Paranoid Park” raramente me produjo la emoción intensa y seca de “Elephant”, pero es cierto que sus imágenes aún flotan agradablemente en mi memoria.

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