martes, 4 de noviembre de 2008

La seducción de la vida



Mi última crítica publicada, del pasado 31 de octubre.





Artífice. Guillermo Pérez Villalta
Del 24 de septiembre al 7 de diciembre de 2008
Museo Colecciones ICO. Madrid



Guillermo Pérez Villalta, uno de los artistas plásticos españoles más representativos de los años 80, es ahora objeto de una exposición organizada por la Fundación ICO. Las piezas seleccionadas corresponden a las facetas menos conocidas de su producción, y arrojan una nueva mirada sobre un creador decididamente inquieto y personal.

La obra pictórica de Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) se configura hoy en día como uno de los testimonios más elocuentes y representativos sobre una cierta estética, una cierta sensibilidad que se fraguó durante los primeros años de la democracia española, y que en la década de los ochenta del pasado siglo conoció una difusión sin precendentes, ofreciendo al mundo una imagen colorista y seductora, sumamente asequible para el consumo, de su entorno de procedencia. Galardonado a la temprana edad de treinta y siete años con el Premio Nacional de Artes Plásticas, Pérez Villalta conquistó en este contexto un éxito fulgurante, basado en la combinación entre su perfecto encaje dentro de las claves estéticas coyunturales y una rigurosa aplicación de su indiscutible talento. Sus influencias son múltiples y variadas, a menudo contradictorias, destacando de manera bastante evidente la herencia grecolatina, los pintores del quattrocento y renacentistas, el barroco y el rococó, y más recientemente el surrealismo y, aunque en menor medida, el pop art. Inquieto y muy creativo (con frecuencia tópicamente descrito como un hombre del Renacimiento), ha extendido su rango de intereses hacia campos como la arquitectura (profesión que ejerció de facto en colaboración con profesionales titulados, puesto que él no llegó a terminar la carrera) o el diseño de carteles, tapices, estampados textiles, joyas, muebles y otros objetos de uso cotidiano.




Es precisamente esta parte de su producción, quizá menos divulgada que su actividad como pintor, de la que se ocupa esta “Artífice”, comisariada por Oscar Alonso Molina y exhibida en el madrileño Museo Colecciones ICO. En ella, la pintura cede el paso a esos otros aspectos no tan conocidos de la obra del creador gaditano que, agrupados y distribuidos con notable gusto y sensatez en el espacio expositivo, generan una impresión inicial algo desconcertante que (al menos en quien escribe estas líneas) pronto evoluciona hacia sensaciones más complejas y contradictorias.




Entre los primeros trabajos con que se topa el visitante, adquieren un considerable protagonismo los bocetos, planos, acuarelas y maquetas de construcciones –hayan sido o no efectivamente edificadas - salidas de la imaginación del Pérez Villalta arquitecto. El Kursaal de Algeciras, el proyecto de remodelación del puerto de la misma ciudad con su gran piña-fanal, y sobre todo los templos destinados a extravagantes cultos paganos que se plasman en acuarela con profusión de colores chillones, constituyen toda una declaración de principios (casi una advertencia) sobre lo que lo aguarda a uno. El rechazo instintivo a toda esta imaginería kitsch, fuertemente abigarrada, de raíces mediterráneas resulta bastante comprensible, casi se impone por sí mismo. La sensación se acentúa al contemplar los dibujos que representan, otra vez a todo color, unos nuevos órdenes arquitectónicos que se añaden a los conocidos dórico, jónico y corintio, y que no tienen reparos en añadir elementos árabes a las clásicas formas griegas. Un juego de naipes que sólo cabe describir como desquiciado (lo que no es necesariamente malo), o el empleo frecuente de alegorías sobre motivos tales como los doce signos del zodiaco, las cuatro estaciones del año o las edades del hombre, contribuyen a la estupefacción. Una vez que el visitante ha superado esto, se encuentra sin duda en un estado mental óptimo para asimilar todo lo que viene a continuación y, en el mejor de los casos, para disfrutarlo sin complejos.




Los puntos fuertes del artista, donde a uno no le queda más remedio que asumir la feliz rareza de su talento, emergen gracias a algunos de los muebles que ideó a lo largo de su carrera. Destaca en este sentido una sólida fuente-aparador, o un escritorio-fauno de madera. Junto a ellos, un bellísimo juego (convoy) para aliñar ensaladas con forma de carruaje, y un más discutible tocador-paleta de pintor constituyen algunas de las piezas más sorprendentes. Aquí predomina como apuesta conceptual un surrealismo de intensidad media, pasado por el túrmix del diseño industrial inequívocamente ochentero. Resultan también agradables para la vista los bocetos y la maqueta con la escenografía y vestuario de un montaje de la ópera “El rapto en el serrallo”, así como los carteles de ferias andaluzas, donde las influencias arquitectónicas se filtran con impecables resultados. Por fin, el apartado dedicado a la joyería no depara grandes sorpresas, ofreciendo unas piezas de inspiración clásica en metales preciosos, bonitas a su manera más bien convencional.




Hay algo de admirablemente seductor en el modo en que está concebida esta exposición, algo que arranca la adhesión del espectador más reticente de un modo sutil pero implacable. Es posible que gran parte de la responsabilidad de esto descanse en un montaje modélico, magníficamente resuelto. Sin embargo, poco podría extraer un buen diseño expositivo de un artista irrelevante, de manera que el principal mérito ha de corresponder por fuerza al propio trabajo de Pérez Villalta, casi siempre chocante, en ocasiones difícil de suscribir, pero desde luego marcado con el contagioso, indeleble signo de la vida.

No hay comentarios: