miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cosas ricas

"Les yeux sans visage" de Georges Franju es una de las referencias de Manu Arregui



José Luis Vicario es un artista cántabro que vive y trabaja entre Madrid -donde concibe y produce sus piezas- y Granada –en cuya universidad imparte clases de escultura. Además, su estudio madrileño acoge algunos domingos del año un evento llamado “La sonrisa de la ballesta”, en el que se ofrece a otro artista la oportunidad de mostrar algún trabajo poco difundido o en apariencia insólito dentro de su carrera. El pasado domingo eran tres los autores que concurrían, tres pesos pesados además: Bene Bergado presentaba sus delicados dibujos, Manu Arregui una fantástica selección de imágenes encontradas en películas y revistas (desde “Les yeux sans visage” de Franju y “Persona” de Begman hasta la serie Z de zombis), y Miguel Ángel Gaüeca un muestrario de objetos emparejados pero dispares que representaba sorprendentemente bien su característico mundo visual. Indiscutible éxito de público, personalidades televisivas incluidas. Entre los miembros del “gremio” (artístico, se entiende) que asistieron, aparte de Vicario, Bergado, Arregui y Gaüeca también destacaban Eduardo Sourrouille, Elssie Ansareo, Sira Cornejo, Guzmán de Yarza -que me contó sus muy interesantes proyectos para 2009- o Aitor Saraiba, que a principios del próximo año expondrá en la inauguración de la Fresh Gallery (prometo seguimiento). Además de arte y personas, también había café y un espectacular bizcocho de clavo y canela que había elaborado el propio anfitrión y del que me comí al menos la tercera parte.

Siempre hay cosas ricas allí donde quien decide es José Luis Vicario. A menudo, durante la semana recibo en mi móvil un mensaje suyo preguntándome si ya he cenado (lo que obviamente casi nunca ha ocurrido), con lo que mi apetito se despierta de inmediato: reflejo condicionado se llamaba eso, según recuerdo. En la siguiente hora, el apetito se transforma en hambre sin paliativos. Cuando llego a su casa, definitivamente voraz, resulta que los preparativos de la cena acaban de comenzar. No hay que desesperarse: la comida está sobre la mesa apenas veinte minutos más tarde, y es perfecta. Quiero decir perfecta para la ocasión de que se trate. Tiene el aspecto, el olor, la textura y el sabor que uno necesita en ese momento. Humea en invierto y tonifica en verano. Es ácida cuando las cosas parecen ir bien, melosa cuando amenaza la depresión y muy picante si lo que asoma es el tedio. Para alguien como yo, de habilidades culinarias tan tristemente limitadas, lo de Vicario es lo más parecido que puede existir en la vida real a los superpoderes.

Después de la vernissage, cuando todo el mundo se había ido a casa, hice algo que yo sí se hacer. Me lo llevé al cine, porque sabía cuál era la película que él no podía perderse. Adelanto que acerté, pero de eso tratará mi siguiente entrada.

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