jueves, 21 de octubre de 2010

Pan negro: buen mainstream a la española


Agustí Villaronga es, desde los años 80, uno de los directores de cine españoles más interesantes (en el país de los ciegos…), gracias a una obra que, si formalmente está muy lejos de ser revolucionaria o siquiera original, emplea con cierto gusto la turbiedad y la truculencia mientras presenta un acabado estético impecable. Su primera película, “Tras el cristal”, era de un tremendismo casi infantil, pero su cuidada puesta en escena le procuraba cierto poder magnético. De su obra posterior me gustó “El mar”, un arriesgado e interesante paseo por la vida, la muerte y el sexo.

Pa negre”, que tuvo muy buenas críticas en el último festival de San Sebastián, recoge algunos de los componentes temáticos de las películas anteriormente citadas (las fuerza arrasadora de las miserias humanas, el despertar de la sexualidad infantil, la corrupción de la inocencia, la homosexualidad), pero el tratamiento narrativo y formal resulta mucho más convencional, por mucho que se prescinda del trípode que hasta hace un par de décadas (¿les suena Lars Von Trier?) solía sujetar la cámara en casi todas las películas comerciales. Se emplean por contra casi todas las constantes de guión y estilo de las películas del género posguerra española, incluidos los niños protagonistas y testigos de lo que ocurre a su alrededor, los primeros planos destacando los globos oculares infantiles, las rencillas entre vencedores y vencidos, las paredes desconchadas, la música grandilocuente, los secretos que van desvelándose a medida que avanza la historia, el profesor borrachuzo, el alcalde facha, e tutti quanti. No falta de ná: el academicismo se abraza con todo entusiasmo y sin asomo de vergüenza. Lo que diferencia esta película de casi todas sus congéneres, sobre las cuales se sitúa claramente, es una mayor elegancia en el empleo de todos los elementos convocados. Puede que Villaronga no haya venido a este mundo para revolucionar el lenguaje cinematográfico, pero al menos sabe filmar con competencia y donaire a sus personajes que se desenvuelven entre bosques tan luminosos como amenazadores, casas tristes y pobres y casas tristes y ricas. Además, todos los actores están perfectos, con menciones especiales para Laia Marull y Nora Navas, que como se sabe ganó en el festival donostiarra el premio a la mejor actriz. Navas incluso insufla vida a momentos tan arriesgados como un monólogo algo teatral –un poco a la Shakespeare, en versión guerra civil- durante el cual sostiene un mendrugo del pan negro que da título a la película.

Desgraciadamente, el Villaronga guionista es menos refinado que el Villaronga director. Así, en la última escena de la película se revela verbalmente un secreto que cualquier espectador atento conocía desde hacía bastante tiempo, generando una incómoda sensación de redundancia y machaconería. Semejante torpeza hace bajar muchos enteros la película, y atenúa en gran medida la fuerza de su final, lo que es una lástima. Por lo demás, hay que decir que la película merece la pena por su raro estatus de ejemplo logrado de mainstream a la española.

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