domingo, 3 de enero de 2010

Mano dura con los actores


No sé a qué se debe, pero cada vez que visito una ciudad francesa una de las primeras cosas que hago es entrar en una librería y salir con un par de libros de cine. En mi último viaje a Burdeos, uno de los botines que conseguí fue “Pialat, la rage au coeur”, escrito por un tal Pascal Mérigeau, sobre la obra del director Maurice Pialat, al que ya me referí en una entrada anterior. Por si hubiera alguien que esté pensando en comprárselo, lo aviso desde ya: el libro es una birria. No analiza gran cosa sobre las claves formales y temáticas del personalísimo director francés, y a cambio se dedica a describir diversas anécdotas de la preparación y el rodaje de cada una de sus cintas empleando un espantoso estilo periodístico, como de suplemento dominical, que si ya en un reportaje de cuatro páginas me irritaría, para todo un libro encuentro sencillamente abominable.

Como decía, las anécdotas son lo más jugoso (en realidad, casi lo único) del contenido del libro. Están fatal contadas, pero no les falta interés. Sobre todo, las referidas a la relación entre Pialat y sus actores, y a la dudosa metodología empleada por el primero para obtener lo mejor de los segundos. Algún ejemplo: durante el rodaje de “Loulou”, y con el fin de dar algo de “vidilla” al sector actoral, que no se pensaran que aquello era coser y cantar, Pialat le dijo a la cara a Isabelle Huppert (que ya entonces era una diva, a punto de embarcarse en un rodaje con Michael Cimino) que su trabajo era pésimo, y que poco menos que estaba hundiendo la película. Más: en “À nous amours”, le contó a la madura actriz Evelyne Ker que su hijo en la ficción, que además se ocupaba del casting de la película, había hecho todo lo posible para que a ella no le dieran el papel. Como consecuencia de esto, la psique ya de por sí delicada de la pobre mujer fue alterándose a lo largo del rodaje hasta que, en la filmación de una escena de enfrentamiento entre madre e hijo, a ella le dio un ataque de histeria y se puso a pegar al otro actor con toda la furia del mundo. El forcejeo terminó cuando Ker se dio un golpe en la cabeza y comenzó a sangrar de la herida mientras la cámara seguía rodando. La escena fue incorporada tal cual en el montaje, y Pialat casi levitaba del gusto. Un tercer caso: la película que se rodaba era la misma, y también el joven actor que hacía de hijo. Cuando éste pretendió hacer uso de un día libre para visitar a unos amigos, Pialat lo persiguió por el set de rodaje amenazándolo de muerte (y con expulsarlo de la película, que debía de parecerle aún peor)… con una sierra en la mano. En plan “Viernes 13”, sí. ¡Y luego hay quien se permite decir que Almodóvar es despótico y manipulador con sus actores!

A todo esto, las cintas de Pialat, narrativamente embrolladas, convulsas, desgarradas y de un falso naturalismo, son de lo más hermoso que se ha rodado en las tres últimas décadas del pasado siglo. Y los trabajos de sus actores, a menudo no profesionales, nunca quedan por debajo de la excelencia. Creo que aún queda en el mercado un pack con alguna de las mejores obras de este director, que desde luego tiene mi nombre escrito.

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