viernes, 15 de enero de 2010

El valor de los objetos


Crítica publicada el mes pasado:

Se presenta en Bastero Kulturgunea una exposición dedicada al cántabro José Luis Vicario, artista que corona así una intensa temporada en la que ha mostrado varias facetas de su compleja personalidad creativa.

El valor de los objetos

José Luis Vicario (Torrelavega, 1966) es un artista inquieto y de amplio alcance; casi todo puede esperarse de él, excepto la previsibilidad. Dedicado sobre todo a la escultura desde que se licenció en la facultad de Bellas Artes de Bilbo, ha aplicado su creatividad a otros ámbitos como el dibujo, el videoarte e incluso la escenografía teatral. Sin embargo, es posiblemente su obra escultórica la que se muestra capaz de recoger en mayor medida la esencia de una vigorosa personalidad, y la que por tanto posee un superior poder sugestivo.

En los últimos meses, han sido varias las oportunidades que se nos han presentado para comprobar esta realidad. Primero con “Tripas y guirnaldas”, en el bilbaíno Espacio Marzana, donde se desplegaba con astucia y habilidad todo un acervo de contrastes (duro / blando, tierra / aire, pesado / ligero, orgánico / inorgánico, y así sucesivamente) logrado mediante los mínimos elementos razonablemente posibles. Sobre los intestinos esculpidos en mármol, férreamente sujetos al suelo y compactos como maletines médicos, se alzaban unas leves guirnaldas “tristes” (en palabras del propio autor) que cuestionaban la utilidad intrínseca del elemento ornamental mientras se sugerían turbadoras asociaciones mediante los bocados equinos que las sujetaban. Poco después, en el Museo de Bellas Artes de Santander, “Soporte del foramontano” profundizaba en las ideas expuestas en Marzana, quizá aún con mayor transparencia por lo que respecta a las contradicciones más íntimas del propio artista (lo rural frente a lo cosmopolita, lo tradicional frente a lo moderno). Ambas exposiciones, como en la tercera que ahora nos ocupa, documentan además, y por encima de cualquier otra cosa, la irresistible propensión de Vicario hacia los objetos.

Esta “Requetevisión blanda” se erige sobre la voluntad de mostrar los resultados obtenidos por Vicario a lo largo de su carrera al tratar materiales textiles de diversa naturaleza. Alguna de las piezas incluidas se remonta a su etapa como estudiante universitario, pero tampoco faltan otras mucho más recientes. Hay ejercicios de estilo de cierto ingenio, y también obras de una resonancia y una rotundidad indiscutibles, definitivas. Y todas ellas tienen en común, efectivamente, el haber sido confeccionadas, en todo o en parte, mediante el uso de materia blanda. Bajo un ánimo no muy distinto del que guiaría a un modisto de alta costura, Vicario moldea los tejidos y juega con texturas, formas, cortes y caídas para ejecutar sus propuestas. Estas recorren un amplio itinerario, desde un cuadro compuesto por paños higiénicos de felpa unidos por cremalleras hasta una “Nieve portátil” que es una red de tiras de raso capaz de expandirse y replegarse a voluntad de su creador. Por su parte, un pequeño “Círculo de Ionesco” fijado a la pared cede en sus extremos al peso de unas hembrillas metálicas, como si fueran las dos aletas de un pez raya, explorando la posibilidad de que un círculo pueda no ser, al fin y al cabo, realmente circular.

Es precisamente esta modesta pieza juvenil la que encapsula de un modo más puro algunas de las claves de Vicario, y también muchas de sus virtudes. Desde sus inicios, el cántabro se ha caracterizado por poner en cuestión la esencia que a nuestros ojos poseen las cosas. Desprovisto de su “circularidad”, un círculo puede sin embargo seguir siendo un círculo, y poseer valor (sea éste el que sea) como tal. Lo mismo ocurría con algunas de las mejores piezas vistas en las exposiciones anteriores de Vicario, unas cestas de pesadísimo, inmanejable mármol travertino o unos cubiertos-remos-aperos de labranza cuyo carácter mestizo imposibilitaba para todo empleo utilitario, lo que por otro lado no hacía sino resaltar su absoluta vigencia como objetos, vigencia reivindicaba en todo el trabajo de su autor. El desvelamiento de esta paradoja constituye uno de los principales logros de toda la obra del artista y esto, por sí solo, debería bastar para justificarla. Para Vicario, las cosas valen por lo que son, no por aquello para lo que sirven. Hay algo de brutalmente sincero y conmovedor en este homenaje al objeto, en este generoso despliegue fetichista en el que acaba convirtiéndose toda exposición de José Luis Vicario. Lo cierto es que otros elementos también presentes (el conceptual y el narrativo, o las ocasionales sugerencias minimalistas) terminan palideciendo ante este hallazgo mayor.

Todas las piezas presentes estos días en Andoain participan de este mismo espíritu: entre ellas, una “Columna Salomana” de raso color cereza que pende majestuosamente del techo, o “La portería de Abel”, una solemne red en la que se han atado decenas de cintas de colores a modo de votos, y que originalmente sirvió como elemento escenográfico para una obra teatral.

Otra de las virtudes destacables de la exposición es la perfecta identificación obtenida entre todas estas piezas y el espacio que las acoge. La gran sala del centro Bastero es un fantástico dominio con una fuerte personalidad propia, y precisamente por eso no siempre resulta hospitalaria frente a unas obras de arte que corren el riesgo nada improbable de verse eclipsadas. Con “Requetevisión blanda” no podríamos encontrarnos más lejos de dicho escenario, de modo que las sinergias entre contenido y continente han sido explotadas con sabiduría admirable.

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