jueves, 21 de enero de 2010

Guerra de sexos!


Leo con bastante curiosidad una noticia ( http://www.elmundo.es/elmundo/2010/01/20/comunicacion/1264019591.html ) según la cual una institución llamada Observatorio de la Imagen de las Mujeres, de cuya existencia no tenía noticia, ha recogido en un informe varias protestas relativas al tratamiento de lo femenino en el programa “Escenas de matrimonio”. Al parecer, en ese gran show televisivo del siglo XXI las mujeres aparecen como “seres complejos e incomprensibles, con lo que hacen imposible la vida de sus maridos o parejas, reproduciendo anacrónicos y denigrantes estereotipos sobre las relaciones de pareja”. De todo esto, lo único que discuto es que el estereotipo en cuestión (que de denigrante en efecto tiene mucho) presente anacronismo alguno.

A continuación relataré una breve anécdota que encuentro bastante ilustrativa sobre el caso. Estas pasadas navidades, la vuelta al hogar incluyó una cena con mis viejos amigos del colegio. Yo fui uno de los pocos que asistieron al evento sin pareja. Primer dato digno de análisis sociológico-cultural: de un modo espontáneo, todas las mujeres se sentaron juntas, en un extremo de la mesa. En el otro extremo se situaron los hombres. Había por tanto un escrupuloso reparto por sexos, que a la vista resultaba de lo más chocante. Pronto averigüé el motivo de la segregación, que constituye la segunda y definitiva curiosidad del caso: todos los casados o ennoviados que me rodeaban, todos sin excepción (e incluso algunos que no lo estaban ya), terminaron aferrándose al monotema de lo terriblemente complicadas, rencorosas, exigentes y arbitrarias que son las mujeres. Siempre se acuerdan de todo lo malo que ha hecho uno, y están dispuestas a echarlo en cara en cualquier momento. Es imposible satisfacerlas, porque siempre exigen más, en todos los órdenes. Su pensamiento es completamente arcano e impenetrable. Son incapaces de mantener la calma, de tomar decisiones con serenidad y raciocinio. Y todo así.

Deduje de esto que, de algún modo, mis amigos vivían su relación de pareja como una condena ineludible, fenómeno cuyo motivo se me escapa por completo. Cuando planteé la pregunta de, dado que tenían semejante concepto de las mujeres, cómo es que seguían empeñados en mantenerlas como parejas (¿quién les obliga a ello?), no obtuve ninguna respuesta satisfactoria. Supongo que la alternativa de hacerse todos gays -o célibes- así, por las buenas, les debe de resultar aún más insoportable que el convencimiento de que van a pasar el resto de sus días atados a una harpía desquiciada, un monstruo de naturaleza perversa. Mientras tanto, yo miraba de reojo a sus novias y mujeres, que charlaban animadamente con una apariencia de perfecto candor: quizá estuvieran conspirando sobre cómo seguir desconcertando y maltratando a los pobres machos de la tierra, o quizá (esto me parece más probable) se quejaban de lo incomprensibles e inmaduros que son los miembros del género masculino.

Parece, por tanto, que la guerra de sexos sigue instalada en nuestra sociedad. Y, como en toda guerra, los estereotipos acerca del adversario funcionan a pleno rendimiento: o sea, que de anacronismo nada, monada. Si no, que se lo digan a Lars Von Trier: cuánto lamento no haber recomendado a mis amigos escolares un paseo por el cine para enfrentarse a su “Anticristo”…

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