miércoles, 25 de noviembre de 2009
Stromboli y la pesca del atún
Aunque sea un sacrilegio decirlo, tenía un mal concepto del cine del muy prestigioso Roberto Rossellini. Su película más conocida, “Roma, ciudad abierta”, que vi en la Filmoteca el año pasado, la encontré ridículamente maniquea y, lo peor, muy vieja. De ella sólo me gustó la interpretación de Anna Magnani, que de todos modos se muere a mitad de película, dejándonos en manos de personajes como la-decadente-actriz-drogadicta-y-la-nazi-lesbiana. Un horror, vamos.
“Te querré siempre” sí me había gustado cuando la vi por televisión, pero de esto hacía como dos décadas, así que ya no me acordaba demasiado. Menos mal que la Filmoteca siempre pone las cosas en su sitio: el otro día nos ofreció “Stromboli” (1950), que encontré bellísima, y creo que bastaría para justificar la fama del director italiano, borrando cualquier torpeza que hubiera podido cometer antes o después.
“Stromboli” fue la primera película que Ingrid Bergman (entonces una de las mayores estrellas de Hollywood) protagonizó a las órdenes del director italiano, a quien se ofreció por simple admiración, y con quien se liaría de inmediato, para escándalo general (ambos estaban casados con otars personas). Cuenta la historia de una mujer lituana de orígenes burgueses y pasado turbio, que para escapar del campo de refugiados en el que terminó tras la II Guerra Mundial se casa con un joven pescador italiano que se la lleva a su tierra natal, la isla volcánica que da título a la película. El pescador en cuestión, además de ser un chulazo -pero chulazo tipo modelo de Dolce & Gabbana-, tiene muy pocas luces y es muy celoso. Ingrid se siente atrapada en el paraje hostil de la isla, y todos sus intentos por mejorar su situación fracasan hasta que, al saberse embarazada, decide seducir a otro chulazo local (esta vez un farero) para conseguir dinero y poner pies en polvorosa. Esta historia está contada bajo una forma al mismo tiempo cruda y poética, sin una concesión al espectador que espere caramelitos: fotografía en un blanco y negro tan contrastado que expulsa los grises, sobrio empleo de la cámara, piedra y arena por todo decorado, actores hipernaturalistas. Ingrid Bergman adopta también este registro, pero curiosamente no renuncia (seguramente no podía) a su glamour hollywoodiense, y lo cierto es que la extraña combinación funciona perfectamente.
Pero lo mejor de todo es un breve documental sobre la pesca del atún que Rossellini incrusta en la narración. ¿Alguien imaginaría que contemplar a un grupo de pescadores recogiendo atunes con red puede resultar apasionante? Hay que ver “Stromboli” para obtener la prueba de que, en efecto, así es. ¡Y hasta qué punto!
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