martes, 10 de noviembre de 2009

Bienvenidos a la hiperrealidad


Los hermanos Roscubas presentan en Vitoria una exposición que toma el erotismo como pretexto para emitir una advertencia sobre la sustitución de la realidad por su representación. Baudrillard y Canetti son algunas de las referencias empleadas por estos genuinos representantes del pop en el arte vasco.

Bienvenidos a la hiperrealidad


Fernando y Vicente Roscubas (Palma de Mallorca, 1953), residentes en Bilbao desde su infancia, constituyen un caso original dentro de la escena artística vasca. Hermanos gemelos, han firmado juntos la mayor parte de su producción como artistas plásticos, que se mueve en unos parámetros cercanos al pop. Sin renunciar a las reflexiones de cierta profundidad (más bien al contrario), su obra presenta evidentes virtudes superficiales. Es precisamente esta cualidad de ligereza aparente, esta rutilante corteza bajo la cual palpitan las ideas e inquietudes, lo que ha constituido el aspecto diferencial de los Roscubas respecto a otros artistas de su mismo entorno y generación, y donde reside gran parte de su interés. Cuando aún se recuerda su excelente “Al principio hace reír y más tarde hace llorar”, en la bilbaína Galería Lumbreras, aterrizan ahora en Gasteiz gracias a esta “Punto ciego (secret sex)”, título que por sí solo logra encapsular un amplio abanico de referencias y significados.

La exposición ha sido concebida y desarrollada en torno al erotismo, pero éste termina convirtiéndose, más que en un eje central, en un simple pretexto amalgamador. Lo que de verdad habita en el trasfondo de “Punto ciego” es otra cosa, una reflexión nada epidérmica de orden filosófico y sociológico. En primer lugar, el concepto erótico se desvía (¿se amplía?) hacia los derroteros de su primo hermano y ocasional sustitutivo, el deleite gastronómico. ¿Qué buen vasco no se dejaría seducir por una descomunal y lustrosa tortilla antes que por una burda colección de imágenes pornográficas?, preguntarán los más maliciosos. La cuestión es que la citada tortilla, realizada en poliuretano, parece tan apetitosa como una real, apuntando el que es el gran tema de la muestra. Por otra parte, la cuestión identitaria y otras tonalidades de la gama política son invocadas cuando nos situamos frente a una ikurriña en la que el color verde ha sido sustituido por el amarillo. Pero no es tampoco la tecla política la mejor afinada de las que tocan los Roscubas.

Lo cierto es que todas las imágenes que nos presentan poseen un carácter híbrido entre la realidad y su simulacro, haciéndose indistinguible cada una de estas dos partes de la otra, mientras se refuerza la tensión existente entre ambas. Particularmente representativo de este fenómeno resulta un muñeco de Michelín (Pichelín) en notorio estado de erección, en el que una ligera alteración del icono publicitario pop (restitución del órgano reproductivo) destapa su naturaleza de artificio, de falacia inserta en una realidad a la que aspira -y, según algunos, logra- suplantar.

Lo que nos devuelve al título elegido por los artistas para su exposición. El punto ciego sería aquella parte de la retina ocular de la que surge el nervio óptico y que, al carecer de fotorreceptores, no permite la visión. Elias Canetti se apropió de este término para referirse al punto a partir del cual la historia del hombre deja de ser real, donde nada es cierto y todo queda fuera del alcance del pensamiento crítico. Y sería el filósofo Jean Baudrillard quien, retomando esta idea, hablaría de la suplantación de la realidad por su simulacro, aterrador fenómeno característico de la sociedad postmoderna (y que, de un modo más folklórico, emplearían por ejemplo los hermanos Wachowski en su saga “The Matrix”).

Se pierde así toda referencia, los valores se confunden y trastocan, e incluso el concepto mismo de arte se pone en entredicho. Este asesinato de lo real nos llevaría a la muerte de Dios proclamada por Nietzsche, si no fuera porque ésta tenía un carácter simbólico, mientras que ahora hablamos del auténtico exterminio de una realidad que se ve reemplazada por su representación virtual. Uno de los ejemplos más cristalinos de esta hiperrealidad radicaría en las imágenes de inspiración pornográfica que se incluyen en la exposición (el porno, que aspira a ser más sexual que el verdadero sexo, sería el exponente perfecto del fenómeno hiperreal), o las más irónicas de un hombre que, sin más atrezzo que un vestido y una peluca (o incluso sin ésta última) se hace pasar por una novia el día de su boda, por una pin-up o por una alegre joven de la época yeyé. Prosiguiendo con esta línea mordaz, nos encontramos con un mullido felpudo rosa marcado en grandes letras con la palabra “chocho”. La literalidad y grosería del chiste remiten al sentido del humor dadaísta, mientras se ejecuta limpiamente la traslación visual de una imagen (símbolo) de común empleada en el argot lingüístico. En una vertiente más poética, unos espejos con besos de carmín frente a unas barras de labios nos devuelven a la idea de la identificación entre el objeto real y su reflejo.

En todos estos registros, el burdo y el sutil, el directo y el rebuscado, se desenvuelven con similar comodidad los Roscubas, que logran así dar forma a sus inquietudes de manera certera y eficaz.

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