jueves, 26 de noviembre de 2009
Persona: la obra de arte perfecta
“Persona” (1966) es no sólo la película de Bergman que más me gusta, sino una de mis películas favoritas de todos los tiempos y directores. Viéndola de nuevo el otro día en la Filmoteca, volví a maravillarme con ella. La considero un ejemplo perfecto, canónico, de mi idea de la pieza de arte.
La anécdota argumental de “Persona” es muy sencilla: Elisabet Vogler (Liv Ullmann) es una actriz de éxito que un buen día, durante una representación teatral de Electra que protagoniza, se queda muda. La joven enfermera Alma (Bibi Andersson) es enviada entonces para cuidarla en su retiro físico y emocional. Alma se revela llena de carencias profundas, y atormentada por un turbio asunto de su adolescencia que termina contándole a su paciente silenciosa. El proceso de identificación entre ambas mujeres adopta formas cercanas al vampirismo, mientras entran en juego una enorme batería de resortes psicológicos con consecuencias extremas y aterradoras.
Me gustaría ahora retomar la idea inicial, según la cual "Persona" representaría idealmente mi concepto de la obra artística. La película ofrece todo tipo de ideas y mensajes, y es susceptible de ser interpretada dentro de múltiples planos que operan de manera solapada. Psicológico, sociológico, filosófico, artístico y teológico, por lo menos. Es tan fecunda en su alcance que uno podría reflexionar sobre ella y escribir acerca del resultado de estas reflexiones de forma casi ilimitada. Y, sin embargo, lo que hace de “Persona” una obra genial es que el mensaje más rico y profundo de todos no es uno de los que la película contiene, sino lo que la película es. Lejos de tratarse de una película críptica, resulta de una generosidad y una transparencia conceptual admirable: otra cosa es que no sea obvia (no lo es, ni de lejos). Por otro lado, la radicalidad de su forma lo deja a uno sin habla, y sin embargo no se deduce de ella ninguna voluntad aparente de experimentalismo (gran alivio), porque fueran cuales fueran los objetivos formales que Bergman se planteó con ella, de lo que no cabe duda de que se alcanzaron al cien por cien. De nuevo, si uno quiere puede pasarse horas tratando de explicarla, pero cualquier explicación resultará irrelevante, porque no tiene sentido explicar la poesía, y lo más importante de todo en cualquier obra maestra es en última instancia algo inefable.
No me hace falta comprender “Persona” para amarla. Espero que se me entienda: lo mismo me ocurre con los seres a los que de verdad quiero en la vida. Comprenderlos de verdad me parece una pretensión absurda y desmesurada, pero eso no evita (quizá incluso, al contrario, facilita) que los ame.
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