lunes, 23 de noviembre de 2009

Las aves carroñeras


Crítica que publiqué el mes pasado:

Greta Alfaro, joven artista visual navarra que ya acumula las distinciones, presenta en Andoain “In ictu oculi”, exposición conformada por una serie de fotografías y un vídeo que en un primer término parece formular una advertencia sobre la futilidad de los goces mundanos, pero en la que una mirada analítica desvela significados más estimulantes, ligados a ciertos autores surrealistas y naturalistas.

Las aves carroñeras

Cabe esperar mucho de la joven artista Greta Alfaro (Pamplona, 1977) en el futuro, si prosigue la tendencia del camino recorrido hasta ahora. Seleccionada en 2007 en el concurso de fotografía Purificación García, alcanzó algo así como una consagración al ganar el año pasado con “In Ictu Oculi” el IX Premio El Cultural. Es precisamente esta última serie de fotografías, junto con un vídeo que las complementa, lo que se presenta en la última exposición comisariada por Itxaso Mendiluze para el centro cultural andoaindarra Bastero.

“In ictu oculi” es también el nombre de un lienzo pintado por el barroco Juan de Valdés Leal en el siglo XVII, transparente alegoría sobre la brevedad de la vida (el título latino podría traducirse como “en un abrir y cerrar de ojo”) que muestra la clásica representación de la muerte como un esqueleto empuñando una guadaña, triunfante y amenazadora junto a un desordenado revoltijo de glorias mundanas. La idea central, la advertencia de que los placeres y honores en los que –superados unos mínimos imprescindibles- cimentamos nuestra existencia son siempre fugaces es en parte retomada por Alfaro con el trabajo que puede verse en Andoain, pero en este caso se añaden otras connotaciones que aportan un interés suplementario a la empresa. Una serie de fotografías nos presentan una mesa dispuesta para un banquete campestre, que una fuerza desconocida para el espectador (¿los propios comensales? ¿un fenómeno natural? ¿un tercero inesperado?) ha arrasado, destrozando platos y botellas, y esparciendo las sillas y la comida por el suelo. El vídeo se encarga de proporcionar la clave del misterio: a lo largo de un único plano fijo, la mesa con las viandas parece esperar plácidamente a que los invitados aparezcan en cualquier momento, mientras la amenaza se hace patente con el graznido cada vez más cercano de unas aves –una bandada de buitres- que terminan irrumpiendo para ensañarse con el festín y después marcharse con la misma indolencia con la que aparecieron. Atrás dejan una perfecta imagen de la desolación, una metáfora de los reveses que puede sufrir la fortuna humana y, en un magnífico giro de tuerca, de la precariedad de nuestra existencia misma.

A diferencia de Valdés Leal y otros autores de inspiración religiosa, la aproximación de Alfaro no resulta moralista o didáctica, sino que posee una sequedad estética y conceptual, además de una energía subconsciente, que acercaría más bien a la autora navarra a los códigos del surrealismo. Alfaro cita a Buñuel como uno de sus referentes, y hay que admitir que, en más de un sentido, esta “In ictu oculi” no quedaría muy lejos del imaginario buñueliano. Referencias difícilmente cuestionables podrían ser “El discreto encanto de la burguesía”, donde un grupo de amigos de clase alta no consigue cumplir el sencillo objetivo de reunirse para comer juntos, o sobre todo “Viridiana”, cuya secuencia más conocida presenta a unos indigentes que se dan una comilona en una casa señorial y, después de emular “La última cena” de da Vinci, dejan todo el comedor patas arriba (más o menos como hacen los buitres del vídeo con la mesa al aire libre) y terminan violando a la ex novicia que los acoge y da título a la película. Pero pueden encontrarse dentro del universo de Buñuel correlaciones aún más robustas, como “La edad de oro”, gloriosa y exaltada apología del amor y el deseo como fuerza temible que la sociedad y sus poderes fácticos tratan de aniquilar, o “El ángel exterminador”, en la que la situación central (los burgueses que inexplicablemente no pueden abandonar el comedor donde han celebrado una cena, lo que da lugar a toda clase de escenas de decadencia y destrucción) incide también en destapar las tensiones existentes entre la naturaleza humana y las férulas sociales. Por otro lado, el riguroso tratamiento visual que Alfaro aplica a sus materiales de partida (el plano fijo, la naturaleza no idealizada, la renuncia a todo énfasis esteticista) hace de nuevo pensar en el austero estilo buñuelesco, pero también, por ejemplo, en ciertos representantes del naturalismo en la pintura, como Albert Charpin o Lucien Simon. Sea como sea, por sus elecciones éticas y estéticas, Greta Alfaro parece quedar algo más lejos del arte religioso barroco, pese a su sibilina referencia explícita.

Dejando aparte las cuestiones técnicas (aunque hay que mencionarlas: la factura del vídeo es impecable, desde luego), destaca en el trabajo de Alfaro una intensa seguridad expresiva, el modo firme y certero con que hace uso de las herramientas a su alcance con el fin de transmitir los conceptos descritos. En “In ictu oculi” vemos, a través de su mirada, cómo el festín de la vida es devorado por las aves carroñeras: cuesta imaginar mayor lucidez que la que contiene tal imagen, pero también mayor exquisitez a la hora de plasmarla.

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