domingo, 16 de enero de 2011

También la lluvia


En mi anterior entrada afirmaba no haber visto “También la lluvia”, de Icíar Bollaín. Bien, esto ya se ha corregido.

La película recoge el testigo de una larga tradición de cine sobre el cine o, de manera más precisa, de cine sobre los rodajes, de la que uno de los mejores ejemplares es “La noche americana” de François Truffaut. En esta ocasión, el rodaje sirve a Bollaín (en realidad, a su guionista, Paul Laverty) para trazar un paralelismo entre la conquista de América y la consiguiente explotación y aplastamiento de la población indígena en el siglo XV (tema central de la película que se rueda) y su equivalente en el mundo globalizado regido por las multinacionales (escenario real que se encuentra el equipo de rodaje en Cochabamba, Bolivia). Este paralelismo es constantemente subrayado por un guión aplicado pero algo tosco, en el que a cada secuencia situada en el plano de la historia reconstruida le sigue su equivalente en el año 2000. Esta decisión resulta óptima para que el espectador comprenda el mensaje que se le lanza, pero semejante didactismo termina resultando tan monótono como fastidioso. Por su parte, Bollaín parece centrar todos sus esfuerzos en evitar que su película se desvíe lo más mínimo del esquema impuesto por su guión: su trabajo es funcional y correcto pero algo primario. La fugaz visión de una cruz que sobrevuela la selva boliviana nos remite por un momento al Fellini de “La dolce vita”, pero se trata de un espejismo momentáneo. Aparte de esto, no hay un solo gramo de locura o de ambigüedad en su trabajo: nos encontramos en las antípodas del Fitzcarraldo o el Lope de Aguirre de Werner Herzog.

Los actores están dirigidos con el tono naturalista habitualmente impuesto por Bollaín, con resultados en mi opinión bastante deslucidos. El personaje de Luis Tosar parece pasar ideológicamente de un extremo a otro de manera abrupta y arbitraria, aunque lo cierto es que el actor gallego nunca está mal, y ésta no es una excepción. Por el contrario, Gael García Bernal es un flagrante error de casting: jamás da la impresión de ser un director de cine obsesionado por terminar su película sino, como mucho, un niño que juega a los rodajes y agarra alguna moderada pataleta. Juan Carlos Aduviri, actor indio no profesional, nunca transmite el magnetismo que se supone a su revolucionario doble personaje, el de ficción y el real. Sólo Karra Elejalde deja una cierta impresión, desarrollando el tópico del actor alcohólico (y un áspero Cristóbal Colón) con bastante aptitud.

Como último apunte, destaca en el extraño y poco realista tratamiento que se concede a las escenas de ficción, es decir, al material que se supone está rodado por los protagonistas y que forma parte de la película dentro de la película. Nos movemos aquí en un inestable limbo entre la escena de rodaje y el material ya filmado y montado, es decir, la película definitiva. Por motivos incomprensibles, no se saca ningún provecho de la potencial poesía del artificio cinematográfico o de la coexistencia de los planos temporales, y la transición entre la “ficción histórica” y la “realidad material” se resuelve de la manera más abrupta y desconcertante que quepa imaginar. Por ejemplo, cuando el indio Hatuey y sus compañeros de rebelión son quemados vivos en el siglo XVI, se llega a un teórico clímax emocional mientras las llamas comienzan a devorar a los ajusticiados… hasta que de pronto se escucha el clásico “corten”, y sin más los actores indígenas se bajan de sus piras humeantes (pero ya sin rastro de llamas) como si tal cosa. ¿El fuego era un efecto de postproducción? ¿Una ilusión fruto del montaje? ¿O un truco mecánico presente en el rodaje? No se sabe. Los entresijos de este tipo se hurtan constantemente al espectador, que queda desubicado. Pero, sobre todo, se desaprovecha la tensión que podría producirse entre los elementos técnicos del rodaje y las pesadas masas simétricas que se enfrentan en paralelo. Sencillamente, nada de eso interesaba a Bollaín ni a Laverty: ¿Qué es la poesía frente al peso aplastante de la Historia?, parecen preguntarse. Es una opción, por supuesto. Sólo que no sería la mía.

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