viernes, 17 de diciembre de 2010

Navidad


La Navidad es difícil, pero también es inevitable, así que no queda otro remedio que afrontarla. No se trata de un periodo que me guste especialmente, aunque tampoco sienta por ella aversión, que es lo que más se lleva. Eso sí, no puedo con las masas humanas tomando el centro de Madrid, con las luces a todo trapo, las aglomeraciones y el rollo de las pelucas.

¿Pelucas? Quizá a quien no viva en Madrid esto le suene a chino. Pero, por increíble que parezca, a partir de principios de diciembre, sobre todo si es fin de semana (pero no necesariamente) las calles se llenan de adultos que portan postizos capitales de pésima calidad y colores chillones. No hablo de gente que esté de juerga, despedidas de soltero/a y tal. No. Hablo de matrimonios con niños, jubilados, empleados de banca, limpiadores y transportistas. Gente que va por la calle haciendo su vida normal, paseando, discutiendo, caminando con muletas, corriendo porque llega tarde al cine o haciendo la compra, pero llevando su peluca fucsia o amarillo canario como si tal cosa. Lo más chocante es cuando ves a una pareja que está peleando, los dos muy serios y enfadados, a veces directamente gritándose, pero con los pelucones a juego. Algo verdaderamente inaudito, que no he visto en ningún otro lugar del mundo: ni siquiera en Italia.

Como digo, esta visión me repele profundamente, no porque tenga nada en contra de los postizos, de la fantasía indumentaria o (menos aún) del travestismo, sino porque me espanta la idea de que se aproveche las fechas navideñas para dar rienda suelta a este tipo de necesidades. ¿Qué carencias sociales se ocultan detrás de que sea justamente el mes de diciembre, y sólo este mes, cuando pasearse con una peluca es algo permitido y aceptado por todos, mientras que el resto del año está vedado? Y, sobre todo, ¿es de verdad necesario añadir kitsch al kitsch navideño general? Como si uno no se quedara ya ciego simplemente tratando de caminar por la calle en horario de tarde o noche, frente a todo el derroche lumínico de rigor. De las mencionadas aglomeraciones, mejor no hablaré más: pero por momentos llegar el punto A al punto B, distando ambos 500 metros, puede convertirse en un auténtico infierno.

En fin, dejaré de quejarme tanto, porque alguien pensará que copio a Javier Marías.

Felices fiestas a todos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja, ja! Una costumbre castiza donde las haya :)

Por cierto, me hace gracia que digas que no lo has visto ni en Italia :)

Un saludo y felices fiestas:

Alex

Pano L dijo...

Gracias, Alex, igualmente.
Lo de Italia era un pequeño chiste, pero también responde a una realidad: se trata posiblemente del único país de la Europa occidental que hoy por hoy nos gana en el registro grotesco.

Anónimo dijo...

Hombre, Italia es un país de grandes contrastes... Te puedes encontrar de lo más casposo a lo más sublime. Por ejemplo, como aficionados al cine que somos, se puede pasar del talento de los grandes directores tipo Bertolucci, Fellini o Antonioni (todos ellos de Emilia-Romagna) a fenómenos tan deleznables como el cine-panettone (protagonizados, en su mayoría, por el hijo de De Sica!) tan propios de estas fechas. Y lo gracioso es que conviven con esa esquizofrenia! :)

Un saludo:

Alex

Pano L dijo...

Para mí, Italia ha sido de lo más grande del mundo, incluido en el cine. Sus mejores directores son para mí Visconti y (casi siempre) Rossellini. Muy grandes también Antonioni, Fellini, Germi o Bertolucci.
En los últimos 20-30 años, su cine da penita. Con muy pocas excepciones (Moretti).
Y su sociedad es un circo.
Lo que no evita que quiera mucho a mis amigos italianos, y que me maraville la belleza de sus ciudades.