jueves, 23 de diciembre de 2010

Discurso ya oído


Hace unos años, fue notorio que Nicole Kidman ganara el oscar a la mejor actriz gracias al trabajo de sus maquilladores, que le adosaron una horrenda nariz postiza en nada parecida a la real de Virginia Woolf, cuyo personaje se suponía que interpretaba.

Ahora es altamente probable que el oscar lo gane Colin Firth, y en esta ocasión el premio se lo deberá al departamento de sonido de “El discurso del rey”. Como es bien sabido, en la película Firth interpreta al rey Jorge VI de Inglaterra, cuya tartamudez dificultaba una de las tareas propias de su cargo, como era dar discursos en público. Firth imita el habla de un tartamudo con bastante verosimilitud, pero su trabajo tiene truco, ya que se apoya de manera evidente (y, a veces, esta evidencia roza lo burdo) en la magnificación artificial de los ruiditos de su glotis. Los sonidos de salivación y deglución toman el primer plano de la banda sonora, a menudo por encima de la música compuesta por Alexandre Desplat, hasta hacerse con el auténtico protagonismo, al menos en la versión original (temo lo que haya podido suceder en la doblada al español: tiendo a pensar que resultará aún peor).

Por lo demás, la película es inenarrablemente aburrida, porque se ha construido en base a un guión elaborado mediante una fórmula destinada al objetivo único y exclusivo de los oscars. Cada paso que se da, cada escena, secuencia y línea de diálogo está tan enfocada a este fin que por momentos la cinta ofrece maneras de pura parodia. La dirección (un ignoto señor se hace cargo de la tarea, que aquí no supera la condición de mero trámite) se pone al servicio de este demencial modelo, que por supuesto será una vez más recompensado con una lluvia de estatuillas, pero que es incapaz de generar nada artísticamente memorable. En realidad, cualquier atisbo de calidad en la imagen corre a cargo de los departamentos de fotografía, decoración y dirección artística, magníficos todos, como corresponde.

Las interpretaciones son también previsiblemente buenas. Pese al apoyo de las mencionadas fullerías sonoras, Colin Firth ejecuta su papel con aplomo. Geoffrey Rush y Helena Bonham-Carter también resultan presencias agradables (sobre todo la segunda). Guy Pearce está más que correcto como el complicado esposo de Wallis Simpson. Y está la curiosidad de ver a Derek Jacobi a cargo del preceptivo villano de la función: recordemos que hace treinta y cinco años arrasó al interpretar a otro tartamudo, el mítico protagonista de la serie televisiva “Yo, Claudio”, sin ayuda aparente de los ingenieros de sonido.

De todos modos, lo mejor del reparto son los grandiosos Michael Gambo y Claire Bloom (a la que encargan repetir con ciertos matices a su histórica Lady Marchmain de “Retorno a Brideshead”) como los reyes Jorge V y María, padres del protagonista. Su presencia llena fugazmente de clase una película que no los merece en absoluto.

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