miércoles, 8 de diciembre de 2010
Biutiful
No nos engañemos. El motivo de que “Biutiful”, de Alejandro González Iñárritu, sea una mala película –una película horrenda, en realidad-, no tiene nada que ver con el hecho de que su registro melodramático llegue a revolcarse por el fango de lo ridículo y lo previsible durante toda su segunda mitad, tras una larga y tediosa exposición del conflicto central y los periféricos. A fin de cuentas, lo mismo ocurre con casi todas las películas de Lars Von Trier, y eso no evita ni por asomo que a menudo se trate de grandes obras. Yo tampoco cargaría las tintas con su miserabilismo de postal, su conciencia social de salón y su cursilería esotérica. Hasta el sustrato ideológico más débil es capaz de producir una pieza artística decente.
El problema de “Biutiful” es el mismo que tiene todas las malas películas, sin excepción: que está muy mal dirigida. La puesta en escena de Iñárritu es de una torpeza tal que se regodea en su propia inanidad, y llega a hundir incluso las buenas ideas del guión (que las tiene, como el encuentro entre el protagonista y el cuerpo embalsamado de su padre, masacrado por unas atroces planificación y utilización de la música).
Por lo demás, muy poco se puede decir de este engendro, salvo que por momentos su visionado se me hizo literalmente insoportable. Bueno, sí, hay algo que se puede decir de ella, algo que habría que tener muy mala idea para no mencionar: que Javier Bardem es un actor enorme, que sería capaz de salir indemne de la caída de Constantinopla. Lo suyo en esta película roza el heroísmo: es una lástima que no tenga a mano una causa mejor.
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