miércoles, 3 de marzo de 2010

Precious


Me confieso incapaz de comprender los motivos del éxito de “Precious”, la película de Lee Daniels. Desde su estreno en el festival de Sundance, hace más de un año, su paso triunfal por los certámenes en los que ha participado se ha refrendado con la obtención de toda clase de premios gordos. Los Oscar esperan a la vuelta de la esquina.

No quiero decir que se trate de una película particularmente mala (aunque buena no me parece, desde luego). Cada año hay montones de películas que gustan a rabiar y que a mí sin embargo me parecen una birria, pero en la mayor parte de los casos puedo identificar lo que a otros les interesa de ellas. Una cosa es que tenga unos determinados gustos personales, y otra que no pueda comprender los de los demás. Pero el caso de “Precious” me parece un misterio que desafía toda explicación: una historia lúgubre narrada con todo el efectismo del mundo, que en los años 80 habría dado para uno más de los telefilms que todos recordamos en las sobremesas de nuestros domingos. Incesto, pobreza, horror familiar, educadores con corazón, superación personal, los puentes de Nueva York y una escena catártica en la que el monstruo de la función explica sus motivos. ¿Qué hay aquí que no hayamos visto ya mil veces? Y no es que la fórmula funcione siempre, explicación posible pero desmentida por la realidad: de hecho, la mayoría de las veces el cóctel se considera tan peleón que no suele servirse fuera del ámbito televisivo. ¿Que la película está bien interpretada? Pues no lo negaré, pero, ¿qué hacen aquí Mo’Nique, Gabourey Sidibe o Mariah Carey que no haga cualquier otra actriz de televisión competente? En fin, que si alguien tiene la clave del misterio, agradecería que se pusiera en contacto conmigo para revelármela.

NOTA: El rostro de Paula Patton, la actriz que interpreta a la mencionada educadora compasiva (y convenientemente lesbiana), es de una belleza clásica y radiante. Su elección en el casting, los primeros planos que le dedica el director, contradicen (involuntariamente, me temo) el convencional mensaje sobre la hermosura que habita en lo espantoso que se deduce de la cinta, y esto resultó ser lo único estimulante que encontré en ella.

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