domingo, 6 de febrero de 2011

Una antigualla: La muerte de Mikel


La semana pasada, el canal Madrid 8 TV tuvo a bien programar “La muerte de Mikel”, película dirigida en 1984 por Imanol Uribe. Recuerdo un pase en televisión a mediados de los ochenta: no entendí absolutamente nada de ella, pero me fascinó. Tenía, además, un aura de película osé que aún duplicaba su magnetismo. Y una escena en la que Imanol Arias propinaba a su esposa un salvaje mordisco en esa parte tan delicada (aunque todo ocurría bajo las sábanas, así que tampoco era para tanto).

Vista hoy, se hace evidente que el bombazo en su momento se debió a una cuestión meramente coyuntural. La película es una antigualla como una casa. Está torpemente dirigida, y su guión tampoco es gran cosa. Los actores parecen zombis: incluso Arias, que después iría desarrollando un estilo propio ("¡Mecagüenlaleche, Merche!")basado en la sobreactuación más desaforada. Argumentalmente, todo está bastante traído de los pelos, y los simbolismos de la historia son de una obviedad casi naïf. Pero, en el fondo, eso es lo bonito de esta pieza de otro tiempo.

Para ilustrar lo expuesto anteriormente, no me resisto a ofrecer unos apuntes sobre el hilo argumental: Mikel (Imanol Arias) es el retoño de una mujer rural tan conservadora como acomodada, con la que ha desarrollado una dinámica soterradamente edípica. También está vinculado con la izquierda abertzale. Y mantiene una complicada relación con su esposa, a la que acaba agrediendo con el mencionado mordisco en una noche de borrachera, lo que fuerza la ruptura de la pareja. Empujado por la señora madre, Mikel comienza una psicoterapia, pero lo que verdaderamente le pone las pilas es asistir a una actuación de La Otxoa –sublime presencia de la famosa transformista bilbaína vestida con la camiseta del Athletic de Bilbao- y sobre todo liarse con un travesti bastante hierático, del que termina enamorándose. El pueblo de Mikel es un hervidero de rumores: su madre lo pasa fatal y trata de reconvenirle, mientras sus camaradas políticos también le dan de lado. Debido a una complicada situación, es detenido por colaboración con ETA y sometido a torturas policiales. Tras ser puesto en libertad, rechazado por todos (salvo por su mujer, que le perdona por el tarisco y decide apoyar sus opciones), se dispone a comenzar una nueva vida junto al travesti… hasta que su madre, como si tal cosa, lo asesina a sangre fría para evitar el oprobio. En su funeral, los antiguos camaradas de partido que lo habían abandonado en vida pretenden hacer pasar su muerte por “acto de servicio” (a la causa separatista, se entiende) y aprovecharse políticamente de ella. Fin.

Como digo, esta historia es hoy pura arqueología, por diversos motivos. Hay que alegrarse de todos ellos, y contemplarla con cierta ternura. Pero, sobre todo, con alivio.

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