lunes, 24 de agosto de 2009

Pobre Natalia


Irene Montalà y Natalia Millán en "Nubes de verano"

El sábado pasado volví a Bilbao tras unos días plácidos y agradables en Salies-de-Béarn. La capital de Vizcaya era una ciudad en fiestas, lo que es como decir que era una ciudad en guerra. Y como no me sentía muy guerrero, huí del conflicto armado para instalarme en la casa de verano de mis padres, en el pueblo costero de Plentzia.

Ya he hablado alguna vez de los veranos de mi infancia de Plentzia, y de la compleja relación entre el veraneante local y la climatología: la segunda determina el estado de ánimo de los primeros hasta puntos inquietantes. Esta vez lucía el sol tras unos cuantos días de grisura obstinada, así que todo eran sonrisas y buen ánimo. Yo estaba simplemente agotado.

Me quedé en casa dispuesto a tragarme lo que los programadores televisivos hubieran pergeñado por nosotros, los sufridos espectadores. Un vistazo a la última página del periódico me convenció de que no había nada demasiado apetecible: lo que menos mala pinta tenía era una película española llamada "Nubes de verano", dirigida en 2004 por Felipe Vega. Vega es un mediocre director que lleva copiando (mal) a Rohmer desde los años 80, y que hasta ahora no ha dado al mundo una sola película memorable. "Nubes de verano" no era una excepción: especie de actualización de "Las amistades peligrosas" trasportada a la costa catalana, volvía a imitar a Eric Rohmer en lo superficial (aparente naturalismo de las interpretaciones, iluminación natural de la escena, y así), pero todo resultaba tan plúmbeo, pomposo y ridículamente serio que daba grima.

A pesar de todo, un motivo bastó para que me quedara viendo la película hasta el final: encontré extraordinario el trabajo de su protagonista femenina, Natalia Millán. En un registro similar al que los directores parecen haber impuesto a una Belén Rueda, Millán casi conseguía convertir a la sub-Madame de Tourvel que le había tocado en suerte en un personaje de carne y hueso. Perfecta en cada una de sus réplicas, de una precisión asombrosa en la dicción y el ritmo, la suya era (de muy largo) la mejor interpretación de la cinta, precisamente porque parecía el único miembro del elenco que no parecía consciente de tener que imitar el estilo desabrido de los actors rohmerianos. Contemplando su admirable trabajo, se me despertó un no sé qué paternal: uno quería no ya rescatar a Millán de cosas como "El internado", sino tenderle el brazo y, caballerosamente, hacerla salir de aquel nafatlinoso ambiente veraniego como cuando, en "La condesa descalza", Rossanno Brazzi se lleva a Ava Gardner de un casino de Montecarlo que no la merece.

2 comentarios:

Natalia Millán Italia dijo...

Una de las críticas más bonitas sobre Natalia.

Pano L dijo...

Muchas gracias. Hace tiempo que sigo a esta actriz que en mi opinión posee mucho más talento que la mayoría de sus colegas, incluídas otras más conocidas y prestigiosas.