lunes, 31 de agosto de 2009
Fuego cruzado
Estaba previsto que esta crítica se publicara el viernes pasado en un periódico, pero por causas ajenas a mi voluntad finalmente no fue así. Por tanto, los lectores de este blog lo verán en primicia:
Scatti di Guerra. Lee Miller e Tony Vaccaro - Dallo sbarco in Normandia alla Liberazione
Del 3 de julio al 30 de agosto de 2009
Scuderie del Quirinale. Roma
Roma ofrece una exposición conjunta de la obra de dos fotógrafos norteamericanos que, desde posiciones en teoría muy distintas, elaboraron un valioso mosaico del final de la II Guerra Mundial. Los últimos días de la contienda dan lugar a imágenes de gran fuerza, en ocasiones chocantes para el espectador actual.
Fuego cruzado
La documentación de la actividad bélica es uno de los motivos más recurrentes en la disciplina fotográfica, además de una excusa -tan válida como cualquier otra - para volver sobre la inagotable cuestión de la realidad y la representación, la verdad y su adulteración. No es necesario ir muy lejos para proporcionar ejemplos de ello: estas mismas páginas han servido como foro de reflexión sobre el asunto en diversas ocasiones. Hace no mucho, las falsas instantáneas bélicas de Neil Hamon inducían todo tipo de consideraciones al respecto. Y, en el MNAC de Barcelona, aún puede visitarse las exposiciones consagradas a Gerda Taro y Robert Capa, autor de la imagen emblemática del debate, que (si hay que creerla en su literalidad) mostraría el instante preciso en que un miliciano es alcanzado por la bala mortal. Volvamos sobre todo ello una vez más.
“Scatti di guerra” (“Disparos de guerra”: el título juega con el doble sentido de la toma fotográfica y el arma de fuego) es la exposición que el Quirinale de Roma dedica al trabajo de dos fotógrafos de orígenes y sensibilidades muy distintos, pero que coincidieron al documentar las últimas fases de la II Guerra Mundial, desde el desembarco de Normandía (del que ambos fueron testigos privilegiados) hasta la Liberación.
Lee Miller (Nueva York, 1907-East Sussex, Reino Unido, 1977) trabajó como modelo antes de decidir que su lugar se encontraba al otro lado de la cámara al viajar a París y entrar en contacto con los artistas de vanguardia (muy especialmente con Man Ray, del que fue ayudante). Corresponsal de guerra para la edición británica de Vogue desde 1940, se encuentra presente en varios momentos decisivos del final de la contienda: la liberación de París, la entrada en Buchenwald o Dachau, la destrucción del refugio de Hitler. Sus imágenes, de una elaborada expresividad, técnicamente impecables, permiten en ocasiones que se filtre un extraño aroma de exhibicionismo, que alcanza su máxima expresión cuando la fotógrafa aparece posando con expresión relajada dándose un baño de espuma dentro de la bañera del mismísimo apartamento privado de Hitler. El indudable sarcasmo de la instantánea produce sensaciones ambivalentes al espectador, atrapado entre el magnetismo de la situación retratada y un cierto rechazo a su teatralidad construida y gratuita.
Por su parte, Tony Vaccaro (Greensburg, Pensilvania, 1922), procedente de una familia de inmigrantes del sur de Italia, fue él mismo soldado del ejército norteamericano antes de convertirse en el fotógrafo oficial del diario de su división. En su doble papel de militar y fotógrafo, participó en el avance de las tropas aliadas por Francia, Bélgica o Alemania. Hoy son especialmente recordadas sus fotografías de la vida de posguerra en diversos países europeos. Pero, antes de eso, “El beso de la liberación” conseguía ofrecer una imagen tierna y optimista de la entrada del ejército norteamericano en Francia.
Mientras que el trabajo de Vaccaro posee un tono más convergente con el fotoperiodismo de guerra clásico y convencional, la influencia que en Miller tuvo su contacto con el movimiento surrealista se hace evidente, resultando en unas imágenes de lustre arty conseguido a pesar de las difíciles condiciones en que sin duda debieron obtenerse, gracias a un indudable talento para el encuadre y la composición. Sería reduccionista e injusto, sin embargo, valorar la exposición del Quirinale en términos de dicotomía entre un trabajo serio y otro más frívolo y banal. La preocupación de Miller por las consecuencias de la guerra en la gente ordinaria, ya fueran soldados, personal médico o civiles, así como las cuidadas composiciones de Vaccaro, que no excluyen cierta voluntad preciosista, difuminan palmariamente cualquier frontera que desee trazar una voluntad maniquea.
En realidad, como ocurre con cualquier trabajo de esta naturaleza, las acusaciones y alabanzas que ambos artistas merecen serían similares. O, mejor aún, sería más razonable basarlas en la calidad del resultado final que en las intenciones subyacentes (que resultaría aventurado deducir) o los medios obtenidos para su consecución (más de lo mismo). Por otro lado, incidamos una vez más en el hecho de que en ocasiones la realidad elaborada por la mano del artista a menudo resulta mucho más elocuente y de algún modo más auténtica que la supuesta verdad en crudo. Cuanto más se empeña la exposición del Quirinale, comisariada por Marco Delogu y Umberto Gentiloni, de confrontar dos visiones (efecto remarcado por el propio diseño expositivo, en el que la obra de uno y otro autor se sitúan en paredes opuestas), más nos ratificamos en la idea de que en realidad la visión que se nos ofrece es una sola.
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