viernes, 14 de agosto de 2009
Vacaciones sardas
Acabo de volver de unas extraordinarias vacaciones en Cerdeña. Una semana en la isla sarda ha bastado para procurarme lo que ya considero las mejores vacaciones de mi vida, junto con aquéllas otras de hace casi una década, cuando hice mi primer viaje en velero. Evidentemente, la compañía ha influido en esto.
Cerdeña es una isla tan extensa que en ella puede encontrarse de todo. Como cualquiera podrá imaginarse, en pleno agosto la mayor parte de la costa está plagada de gente, en particular algunos puntos (la playa de la Pelosa en Stintino, o la de Alghero, por ejemplo; de la costa Esmeralda ni hablamos: preferí ni acercarme) que atraen al turismo masivo (interno, en su mayor parte) como la miel a las moscas. Pero, para mi sorpresa, he encontrado lugares maravillosos en los que había muy poca gente. Aunque casi me da miedo revelarlos, allá van algunas pinceladas:
•El hotel Lucrezia, en la localidad de Riola Sardo (región de Oristano, en el centro-oeste de la isla) es mi descubrimiento del viaje. Un edificio de piedra del siglo XVI, con un maravilloso patio interior ajardinado, donde el servicio era insuperable y las habitaciones un lujo. A primera hora de la mañana, uno podía ver desde la ventana cómo una de las empleadas del hotel elegía con parsimonia los frutos maduros de la higuera del jardín, que iba depositando en un platito de cerámica. Media hora más tarde, esos mismos higos esperaban a los huéspedes en la mesa del magnífico buffet del desayuno. Tampoco faltaban allí un gran bizcocho y unas pastitas recién horneadas por Clara, una belleza de ojos verdes que nos atendía como a príncipes. No tengo más palabras.
•¡Qué bien he comido! A pesar de la tendencia italiana a cocinar en exceso el pescado, no ha habido un solo día en que haya tenido una comida mediocre. Las pastas frescas rellenas de ricotta (el queso local más difundido), los linguine alle cozze, la bottarga (huevas de pescado en conserva que encapsulan todo el sabor del mar), el astice alla catalana, entre otras delicias, me han hecho feliz a la hora de sentarme a la mesa. En la playa, por supuesto, lo que tocaba era zamparse un gran panino di pomodoro e mozzarella.
•Playas poco habitadas en pleno agosto, puedo asegurar que las hay. Con arena blanca y mar turquesa. Sólo hay que dirigirse a las personas adecuadas para encontrarlas. En la costa de Oristano, y también cerca de Stintino, estuvimos a nuestras anchas: ni un solo niño tirando arena, ni un solo padre (o madre) llamándolo a gritos.
•Hay en Cerdeña pueblos y ciudades verdaderamente bellos. De lo que he visto, Sassari, Bosa y el casco viejo de Alghero se llevan la palma. Este último caso es verdaderamente notable: sólo puede describirse como el resultado que se obtendría de ensamblar un espantoso pueblo de vacaciones al estilo Benidorm a una combinación resultante a su vez de Cádiz y el barrio gótico barcelonés. Una auténtica rareza. Como en cuestiones arquitectónicas reconozco que mi gusto es bastante primario, me emocioné de verdad al encontrarme frente a sus murallas: en general, una vieja muralla en la costa me genera más impacto estético que el palacio de Versalles. Otro must: la cripta de la iglesia románica de San Gavino, en Porto Torres.
•Inolvidables las incursiones nocturnas por los pueblos perdidos de Oristano a la búsqueda de algún restaurante recomendado. En las puertas de unas casas de construcción más bien precaria, grupos de ancianas vestidas de negro (pañuelo en la cabeza incluido) hieráticamente sentadas tomando la fresca de cara a la carretera, o jovenzuelos en camiseta imperio apoyados contra la pared al mejor estilo Pasolini. Imagen fascinante de un mundo que uno erróneamente creía desaparecido, o perteneciente tan sólo al ámbito de la ficción publicitaria, que no es más que su reflejo banalizado.
Estos son algunos de los momentos cumbre de mi viaje, que nunca olvidaré. De todos modos, lo mejor, claro está, me lo guardo para mí.
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2 comentarios:
Me alegro que las vacaiones en Cerdeña hayan ido tan bien! Que ganas de ir!
Pues no pierdas ni un segundo
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