lunes, 28 de febrero de 2011

Conservadurismo lésbico


Una de las primeras películas mexicanas de Buñuel (realizada justo después de una obra maestra, “Los olvidados”) era también una de las más raras de su carrera. Se trata de “Susana, demonio y carne”. En ella, la llegada a un plácido hogar familiar de una joven tan bella como maléfica destapaba todo tipo de miserias y desencadenaba la violencia más desatada entre los miembros de la familia protagonista. Cuando todo el mundo se había despachado a gusto, cuando el padre y el hijo estaban al borde del crimen y la esposa había sido horriblemente humillada por su marido, todo se solucionaba como por arte de magia y la armonía regresaba de manera abrupta para salvaguardar la institución familiar, en una coda artificial claramente impuesta por la conservadora moral de los estudios aztecas. Sibilinamente, Buñuel logró que el contraste fuera tan excesivo que nadie en su sano juicio se tomara en serio el final de la película, que aparece a los ojos del espectador casi como un chiste algo retorcido.

Algo parecido ocurre en “Los chicos están bien”, de Lisa Cholodenko, sólo que uno sospecha que no hay nada de retorcido en las intenciones de la directora norteamericana, que de verdad se cree la coherencia y el trasfondo del beatífico final que impone a su película. Poco importa que se a lo largo del desarrollo de su cinta el personaje de Annette Bening se muestre como una déspota obsesiva del control peligrosamente neurótica, Julianne Moore como una conciliadora pasivo-agresiva e insatisfecha, y sus hijos Mia Waiskowaska y Josh Hutcherson como sendos contendedores de todo tipo de carencias. Lo importante termina siendo el triunfo contra toda intromisión externa de la familia y la pareja monógama. El hecho de que la dupla protagonista está constituida por dos lesbianas es lo de menos: en el fondo, el mensaje agresivamente conservador de la cinta apenas alcanzaría otros matices si fueran reemplazadas por un matrimonio heterosexual.

Por supuesto, el hecho de que “Los chicos están bien” sea tan reaccionaria no la convierte en una película mediocre. Lo que propicia esto último es que esté, además, escrita como un compendio de fórmulas y dirigida con muy poca imaginación, todo lo cual la hace parecer un telefilm del montón.

Afortunadamente, hay redención para la película. Todos los actores están fantásticos, en especial Annette Bening, Julianne Moore y Mark Ruffalo. Este último se gana la simpatía del espectador (al menos de este espectador) para que después el personaje de Bening (y, de paso, los guionistas y la directora) lo fulmine repentinamente y sin ninguna consideración, en un intolerable ejercicio despótico. De verdad que da miedo, la tal Cholodoneko.

Oscares, Césares y Cannes


Ya se han concedido los Oscars 2010. Una vez más ha habido muy pocas sorpresas en los premiados. En las últimas semanas “El discurso del rey” había desplazado a “La red social” en las quinielas de favoritas, el oscar a Colin Firth estaba más que cantado, el de Natalie Portman prácticamente también, y los secundarios Bale y Leo eran también los mejor posicionados de sus categorías (en especial el primero). La verdad, hay muy poco que comentar en este reparto convencional y esperable, que a mí ya dejó de interesarme cuando supe que “De dioses y hombres” ni siquiera había alcanzado la nominación como mejor película extranjera. Por cierto, que la película de Xavier Beauvois sí logró un par de días antes el César a la mejor película, pero no el de mejor director (que se quedó Roman Polanski por una película bastante buena, pero muy por debajo de sus mejores obras) ni el de mejor actor (una injusticia que el repelente Elmosnino del biopic de Gainsbourg le haya robado el galardón a Lambert Wilson). Menos mal que nadie ha podido con Michael Lonsdale, inolvidable médico de la comunidad de monjes en “De dioses y hombres”, merecedor del premio al mejor actor secundario.

Y, hablando de premios, ya empiezan a hacerse apuestas para la selección del próximo festival de Cannes. ¿Lars Von Trier? ¿Gus Van Sant? ¿Terrence Malick? ¿Pedro Almodóvar? ¿Cronenberg? ¿Sokurov? ¿Moretti? ¿Los Dardenne? Ya se sabe que Woody Allen abrirá el certamen con “Midnight in Paris”. Se pone difícil esperar hasta mayo…

jueves, 24 de febrero de 2011

¡Y otra lista!


Una vez más, las listas me matan. La última que he visto la ha elaborado la revista americana “Entertainment Weekly” para identificar a los (redoble de tambor) veinticinco mejores directores de cine en activo.

El resultado podría analizarse detenidamente, a la luz de cuestiones como el por qué del acaparamiento de los directores norteamericanos (o británicos) en la selección, rasgo de etoncentrismo que deja pequeña a la mítica lista de las cien mejores películas de la historia del cine que resultó de una reciente encuesta de El País entre los profesionales hispánicos, y que ponía a Berlanga a una altura superior a John Ford, Dreyer o Renoir. Como digo, se podría analizar con detenimiento, si no fuera porque la lista es un chiste de tal magnitud que el ejercicio no merece la pena. Porque, vamos a ver, ¿alguien en su sano juicio puede pensar que el mejor director actual del mundo es David Fincher (“Se7en”, “La red social”), y que a la derecha de Dios Padre estaría sentado Christopher Nolan (el de los últimos “Batman” y el tostón de “Origen”)? ¿Y que estos directores habrían superado por tanto a Spielberg, Scorsese, Eastwood o David Lynch (por poner otros ejemplos que sí aparecen en la lista), así como a Wong Kar-Wai, Francis F. Coppola, Woody Allen, Lars Von Trier o Michael Haneke (por nombrar otros que no aparecen en ella, y sobre los que existe un consenso más o menos generalizado que los sitúa entre los grandes de hoy en día)? En fin, que quizá sólo sea una impresión mía, pero me parece que a los citados Fincher, Nolan y algunos otros de la lista (David O. Russell, Edgard Wright, Brad Bird y así) aún les falta tomar mucho cola-cao para llegar a la altura de un Terrence Malick o un Clint Eastwood. Eso por no hablar de la inclusión de Danny Boyle (el de “127 horas” y el engendro innombrable ése del concurso televisivo y los niños pobres en la India), para lo que simplemente no tengo palabras.

Únicos directores no angloparlantes de la lista: el español Pedro Almodóvar (en el puesto número 10) y el mexicano Guillermo del Toro (en el 12). Como a estas alturas es bien sabido por quienes suelan leer este blog, respecto al primero yo también lo incluiría en una lista semejante si me diera por hacerla (no lo creo), mientras que la presencia en ella del segundo no me molesta más que la de la mayoría de sus compañeros.

Bueno, y luego está Polanski en el 13. Esto resulta especialmente irónico: ¿pretende insinuarse con esto que el ejercicio polanskiano realizado por Aronoksfy (puesto 5) con “Cisne negro” supera a las originales “Repulsión”, “La semilla del diablo” o “El quimérico inquilino”?

Venga ya…

miércoles, 23 de febrero de 2011

Arco, Arregui, Toledo


Este año estaba demasiado ocupado como para realizar una visita intensiva por Arco –la feria anual de arte madrileña-, así que tuve que contentarme con un paseo bastante fugaz el domingo por la tarde. En general todo me pareció menos abigarrado que de costumbre, aunque el conjunto de los stands sigue produciendo una tremenda sensación de revoltijo. Constato que sigo siendo incapaz de ver nada de manera ordenada y metódica en la habitual retícula de pasillos que se monta en los pabellones de Ifema: haría falta para ello una disciplina y un sentido de la orientación sobrehumanos, directamente. Al salir, como siempre, una considerable empanada mental, en la que una maravillosa escultura de Jaume Plensa consigue imponerse como principal tropezón del relleno.

Eso, y el vídeo “Con gesto afeminado”, de Manu Arregui. El creador santanderino, que parecía afincado en el terreno de la infografía, ha realizado un trabajo cien por cien en imagen real, basado en una antigualla musical llamada “Spring Night”, dirigida en 1935 por una tal Tatiana Tuttle. Su aproximación a la historia es al mismo tiempo irónica y muy directa, esquinada y literal, y eso es lo que más me gustó del vídeo. Aparte, sus imágenes poseen una energía y una fuerza estética bastante raras en el vídeo-arte.

Esta misma tarde, Arregui inaugura en el ECAT de Toledo una exposición que tiene este vídeo como pieza central. Recomiendo la visita a una de las ciudades más bonitas de España: por si esto último no fuera suficiente incentivo, está la posibilidad de ver el trabajo de Manu Arregui. “Combinación ganadora”, llamarían algunos a esto.

lunes, 21 de febrero de 2011

Cisne negro


Ya he comentado alguna vez que no concibo una gran película que me aburra. Este es un criterio sobre el cual me mantengo firme: no creo que jamás me escuchen decir “sí, una película muy buena, pero menudo tostón”. La inversa, en cambio, últimamente me da por pensar que sí es posible. Así, podemos entreternos con una película por causas completamente ajenas a la calidad de la misma, incluyendo las más banales: el hecho de que el pueblo donde pasábamos los veranos de nuestra infancia constituya el escenario en el que se desarrolla la historia puede bastar, por ejemplo, para que se nos haga apasionante el visionado del mayor bodrio del mundo. Seremos en todo momento conscientes de que nos estamos tragando una porquería, pero al mismo tiempo nos encantará ver retratados los rincones en los que hace décadas vivimos todo tipo de aventuras. Se me ocurren otros ejemplos tanto o más peregrinos: una época o un personaje histórico que nos entusiasma, un actor o actriz que nos gusta físicamente y que se pasa toda la película enseñando carnaza, etcétera.

Así pues, mentiría si dijera que me aburrí viendo “Cisne negro”, de Darren Aronofsky. Pero también lo haría si afirmara que se trata de una buena película. Porque, ¿cómo puede serlo el refrito más flagrante de otras seis ó siete películas anteriores, cosido sin demasiada imaginación y puesto en escena con una carencia de brío visual que pretende enmascararse con todo tipo de manierismos?

Viendo esta película, a uno lo van asaltando sucesivamente los espíritus de “Las zapatillas rojas” de Powell & Pressburger, “Eva al desnudo” de Mankiewicz, “Carrie” de Brian de Palma, “Repulsión” de Roman Polanski, “La pianista” de Haneke y también un par de gialli de Dario Argento. Algo de “La mosca” de Cronenberg también se atisba por ahí.

No creo que haya nada de malo en inspirarse en lo que ya han hecho otros y nos ha gustado (que la creación ex nihilo no existe me parece algo difícilmente cuestionable): lo verdaderamente irritante es que las costuras entre retales se vean tanto, y que haya tan poca creatividad en el trazo del remiendo. Aronofsky ha realizado aquí una operación similar a los de Alejandro Amenábar, otro ejemplo notorio de creatividad mediana que ha de aferrarse sistemáticamente y de manera casi literal a ciertos referentes de pedigrí. En la mejor película del director español, que era “Los otros”, el ejercicio de apropiación era de una evidencia casi sonrojante, pero al menos se había realizado con cierto encanto. Me temo que eso es precisamente lo que le falta a “Cisne negro”. Por otra parte, ni siquiera creo que Natalie Portman esté tan bien como se ha dicho. Encuentro en particular bastante falso uno de los registros que despliega en la cinta, el de la joven frágil e inmadura pero disciplinada hasta el extremo que es incapaz de proyectar su voz más allá de un apocado tonito infantil. En sus venas histérica y abandonada al lado salvaje me parece mucho más convincente. Barbara Hershey, como su madre, está en cambio fantástica en todo momento. A Vincent Cassel lo encontré siempre al borde de la parodia: hay que decir que las manidas líneas de diálogo y lo convencional de la construcción de su personaje no ayudan mucho.

A pesar de todo eso, como digo, no me aburrí con este “Cisne negro”. Pienso que ninguna película que mezcle bailarinas, autoexigencia demencial, aproximación (aunque sea muy pedestre) al conflicto de la dualidad humana, psicoanálisis de tercera, referencias supuestamente cultas y el trash narrativo y visual mas desvergonzado puede inducir al sopor o al completo desinterés. Ahora bien, en la práctica el conjunto de todo esto resulta mucho menos interesante de cómo suena a priori: después de haber disfrutado (y también sufrido) moderadamente durante un par de horitas, la película se recuerda tan sólo como un despropósito hueco y algo pedante que se toma a sí mismo demasiado en serio.

Y eso sí que produce bastante fastidio…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Valor de Ley


Ya puede verse en los cines españoles la última película de los hermanos Coen, “Valor de ley”. Se trata de la adaptación de una novela escrita por un tal Charles Portis, que ya había dado lugar a finales de los 60 a otra cinta de igual título por la que John Wayne ganó su único oscar al mejor actor. Los Coen han insistido mucho en que no han realizado un remake (¡anatema!), sino una adaptación completamente distinta de la fuente común original.

En fin, sea como sea, “Valor de ley” (2010) es una muy buena película. Los Coen son unos magníficos narradores y poseen demostradas cualidades para la puesta en escena, y en ambos pilares se sustenta principalmente su último trabajo. Respetando la mayor parte de los códigos del western crepuscular y subvirtiendo algunos otros, y sobre todo tomando prestados algunos de los mejores elementos del cine y la literatura de aventuras, han conseguido una obra sólida y compacta, siempre entretenida y en algunos momentos emocionante. Jeff Bridges, por supuesto, está estupendo en el papel protagonista, igual que su compañera Hailee Steinfeld, que en la vida real tenía cuando rodó la película los mismos quince años del personaje (cosa bastante inhabitual). Los dos están justamente nominados al Oscar. En cuanto a Matt Damon, el pobre ha concentrado la mayor parte de los (escasos) ataques que ha recibido “Valor de ley”, acusado de ser un error de casting (acusación que debería redirigirse hacia los propios Coen que lo han elegido, dicho sea de paso). En cualquier caso, no estoy de acuerdo con esto. Creo, en realidad, que Damon está perfecto en el personaje, y que su presencia algo pesada, su naricilla de muñeca asomando por encima del gran bigote que le han plantado en caracterización, remarcan convenientemente el lado esencialmente ridículo de su ranger de Texas. A destacar también el trabajo en la fotografía de Roger Deakins, uno de los grandes imagineros contemporáneos, que aquí se supera a sí mismo. Su aportación a la película es inconmensurable.

Por último, creo que es evidente mi falta de arrebato ante una película que me gusta, pero que encuentro algo inferior a las dos anteriores de los Cohen, “No es país para viejos” y “Un tipo serio”. A mitad de camino entre estas dos grandes obras personales y el cine de género en el que Joel y Ethan Coen ha conseguido resultados más irregulares, “Valor de ley” se disfruta mucho sentado en la sala oscura, pero después va desvaneciéndose del recuerdo sin dejar un poso particularmente concentrado. Por lo que a mí respecta, con lo que me procuró durante un par de horas ya me conformo.

lunes, 14 de febrero de 2011

Ya se han entregado los Goya


Bueno, pues parece que el otro día se entregaron los Goya. Teatro Real, chaparrón capitalino, morbo por la relación tipo Pimpinela de los inefables Sinde y de la Iglesia, gala soporífera e interminable, etcétera. Nada novedoso o siquiera destacable.

En cuanto a los premios, debo decir que, teniendo en cuenta lo que había, fueron adjudicados con gusto y sensatez. Que “Pan negro” era la mejor película de las nominadas (pero de aquí a Lima) es algo que caía por su propio peso. No es una gran película, pero sí una película aceptable, bien hecha. Particularmente justos fueron los reconocimientos a su actriz protagonista y a la secundaria: tanto Nora Navas como Laia Marull estaban extraordinarias en la cinta de Villaronga, y merecen por ello todos los reconocimientos que se les quiera otorgar. Bardem también era una apuesta segura: su trabajo en la lamentable “Biutiful” era casi heroico. Igualmente, Karra Elejalde estaba muy bien, al borde de una sobreactuación redimida por cierto encanto personal, en la rutinaria “También la lluvia” de Icíar Bollaín. Ahora bien, sí pondré una pega: que la jovencita Marina Comas (“Pan negro”) ganara el Goya a la mejor actriz revelación impidió lo que habría sido el momento más surrealista de la ceremonia, muy por delante del cutre incidente del tipo de la barretina. Ver premiada a Carolina Bang habría resultado un puro delirio. Por desgracia, no creo que en el futuro podamos tener una ocasión similar para el disfrute lisérgico.

Una vez más, sólo puedo lamentar que los dos mejores productos del cine español este año no estuvieran ni siquiera nominados: la película “La isla interior”, del tándem Sabroso-Ayaso, y la interpretación de Juan Diego Botto en “Todo lo que tú quieras”. Se me escapan completamente los motivos de este ninguneo. Aparte de que mis gustos no coincidan para nada con el de los señores académicos, claro.

jueves, 10 de febrero de 2011

La Streep y la Thatcher




Alguna vez he tratado en este blog sobre mi aversión hacia Meryl Streep. Contra ella personalmente no tengo nada -pobrecita mía- pero detesto con toda mi alma el estilo interpretativo del que es la máxima representante hoy en día. Ese que concibe el trabajo de un actor como un híbrido entre la lucha contra una hidra y la exhibición de talentos. El que asume que cuanta más fanfarria, cuanto más disfraz y más adorno acompañe al intérprete, mejor que mejor. No puedo con todo eso.

Pero, sobre todo, me sorprende la uninamidad con que hoy en día se valora positivamente el trabajo de la Streep. Clásicos y (supuestos) modernos la adoran por igual. No me explico cómo ha sucedido esto. Aún recuerdo que, a finales de los ochenta, ella era “un poco lo peor”, y se la tenía más tirria cuantas más nominaciones a los oscars le reportaban sus acentos prolijamente reconstruidos, sus expresiones calculadamente dolientes, sus llantinas de melodrama de sobremesa. Imagino que su inteligente incursión en la comedia, después de tanta empalagosa heroína romántica, habrá tenido bastante que ver en esto. Después de haber demostrado que es “una todoterreno”, ya se lo puede permitir todo.

Viendo las imágenes masivamente distribuidas por los agentes de prensa de la película que Streep está protagonizando ahora, en la que interpreta a Margaret Thatcher, no salgo de mi asombro. Vamos, yo no soy un integrista del parecido físico entre modelo e intérprete, pero, ¿quién se atreve a decir que esta imagen recuerda siquiera vagamente a la dama de hierro, ese icono de los ochenta? Perdonen, pero recuerdo bastante bien cómo era Mrs. Thatcher, y en nada se parecía a esta persona con peluca cardada y rostro de lagarto. A quien de verdad recuerda Streep en esta imagen es a la actual Faye Dunaway… sin dejarse un solo lifting en el camino. Para eso, la verdad, habría preferido que el papel de Thatcher hubiera recaído directamente en Faye Dunaway, lo que habría dado lugar al menos a una película divertida, a nada que la intérprete de “Mi queridísima mamá” desempolvara sus probadas aptitudes para encarnar mujeres de fuerte personalidad y maneras despóticas.

Puestos a elegir, una Thatcher escorada hacia el lado kitsch de la vida me parece la mejor de las opciones posibles. Pero me temo que esto ya no lo veremos.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Un estreno sorprendente


En 1986, los premios César (los Oscars franceses) deparaban una sorpresa considerable: la gran triunfadora de aquella edición fue una película llamada “Thérèse”, dirigida por Alain Cavailer, y que contaba con una economía de medios casi franciscana la vida de Santa Teresita de Lisieux. Teresita, por cierto, era una joven francesa del siglo XIX que se emperró en ordenarse monja cuando sólo tenía 14 años, tras lo cual jamás abandonó el convento hasta su muerte, sucedida prematuramente y (parece ser) en medio de terribles padecimientos. No sólo es santa, sino que fue nombrada Doctora de la Iglesia.

Como decía, la película lleva su premisa de austeridad hasta el límite. No hay en ella escenarios naturales, pero tampoco decorados como tales: los actores interpretan sus papeles frente a fondos lisos de colores neutros, grises o tostados, y toda la ambientación de las escenas se consigue a través de los efectos lumínicos del genial Philippe Rousselot. Lo curioso es que el resultado resulta profundamente antiteatral: Cavalier consiguió una pieza cinematográfica de una pureza absoluta, en la que la imagen posee todo el poder hipnótico y evocador, como debe ser. Aparte, destaca el ambiguo tratamiento que se dispensa a la protagonista, que nunca queda claro si es una iluminada, un alma grandiosa, una masoquista o una pobre lela: es de esperar que en la realidad fuera todas estas cosas y algunas más.

Pero lo más sorprendente de todo es que la película se haya estrenado comercialmente en nuestro país veinticinco años después, nada menos. No soy capaz de imaginar las razones de este estreno hoy en día, pero bienvenido sea. Recomiendo vivamente la experiencia.

domingo, 6 de febrero de 2011

Una antigualla: La muerte de Mikel


La semana pasada, el canal Madrid 8 TV tuvo a bien programar “La muerte de Mikel”, película dirigida en 1984 por Imanol Uribe. Recuerdo un pase en televisión a mediados de los ochenta: no entendí absolutamente nada de ella, pero me fascinó. Tenía, además, un aura de película osé que aún duplicaba su magnetismo. Y una escena en la que Imanol Arias propinaba a su esposa un salvaje mordisco en esa parte tan delicada (aunque todo ocurría bajo las sábanas, así que tampoco era para tanto).

Vista hoy, se hace evidente que el bombazo en su momento se debió a una cuestión meramente coyuntural. La película es una antigualla como una casa. Está torpemente dirigida, y su guión tampoco es gran cosa. Los actores parecen zombis: incluso Arias, que después iría desarrollando un estilo propio ("¡Mecagüenlaleche, Merche!")basado en la sobreactuación más desaforada. Argumentalmente, todo está bastante traído de los pelos, y los simbolismos de la historia son de una obviedad casi naïf. Pero, en el fondo, eso es lo bonito de esta pieza de otro tiempo.

Para ilustrar lo expuesto anteriormente, no me resisto a ofrecer unos apuntes sobre el hilo argumental: Mikel (Imanol Arias) es el retoño de una mujer rural tan conservadora como acomodada, con la que ha desarrollado una dinámica soterradamente edípica. También está vinculado con la izquierda abertzale. Y mantiene una complicada relación con su esposa, a la que acaba agrediendo con el mencionado mordisco en una noche de borrachera, lo que fuerza la ruptura de la pareja. Empujado por la señora madre, Mikel comienza una psicoterapia, pero lo que verdaderamente le pone las pilas es asistir a una actuación de La Otxoa –sublime presencia de la famosa transformista bilbaína vestida con la camiseta del Athletic de Bilbao- y sobre todo liarse con un travesti bastante hierático, del que termina enamorándose. El pueblo de Mikel es un hervidero de rumores: su madre lo pasa fatal y trata de reconvenirle, mientras sus camaradas políticos también le dan de lado. Debido a una complicada situación, es detenido por colaboración con ETA y sometido a torturas policiales. Tras ser puesto en libertad, rechazado por todos (salvo por su mujer, que le perdona por el tarisco y decide apoyar sus opciones), se dispone a comenzar una nueva vida junto al travesti… hasta que su madre, como si tal cosa, lo asesina a sangre fría para evitar el oprobio. En su funeral, los antiguos camaradas de partido que lo habían abandonado en vida pretenden hacer pasar su muerte por “acto de servicio” (a la causa separatista, se entiende) y aprovecharse políticamente de ella. Fin.

Como digo, esta historia es hoy pura arqueología, por diversos motivos. Hay que alegrarse de todos ellos, y contemplarla con cierta ternura. Pero, sobre todo, con alivio.

martes, 1 de febrero de 2011

Entrando en el híper-espacio


Crítica de arte que publiqué el pasado enero:

Entrando en el híper-espacio

El Centro de Arte y Creación Industrial LABoral de Gijón presenta con “Pasajes. Viajes por el híper-espacio” una sustanciosa selección procedente de la colección de arte contemporáneo de Francesca Thyssen. Autores de renombre y piezas de escala considerable unidas por una peregrina reflexión inspirada en el concepto de híper-espacio acuñado por Frederic Jameson. Entre lo más interesante destacan los trabajos de Cattelan y Sergio Prego.

Construida entre los años 40 y 50 del pasado siglo a las afueras de la ciudad de Jovellanos, la Universidad Laboral de Gijón era todo un emblema de cierta arquitectura monumental que adquiría la forma de un extraño pastiche predominantemente clásico. En origen estaba destinado a la formación de los huérfanos de mineros de la región, aunque ya antes de inaugurarse un viraje en su enfoque estratégico la convertiría en centro universitario. En la actualidad sus casi 300.000 metros cuadrados están destinados a diversos usos (algunos de ellos docentes), aunque la joya de la corona probablemente sea el centro de arte bautizado como LABoral, dirigido por la histórica Rosina Gómez-Baeza. Una cosa es segura: por su amplitud y perfecto acondicionamiento, los espacios destinados a exposiciones artísticas dejan al visitante sin aliento. Y en el caso de Pasajes. Viajes por el híper-espacio, esta verdad se hace aún más consistente.

En efecto, los elementos estructurales de la arquitectura constituyen todo el marco que acoge las piezas presentadas, primándose la diafanidad de los espacios en coherencia, se supone, con la propia definición conceptual de la muestra. Pero demos un paso atrás para ubicarnos: nos encontramos ante una selección de piezas de la colección Thyssen-Bornemisza Art Contemporary, que no ha de ser confundida con la que se expone al público en un museo madrileño, sino que constituiría algo así como un spin-off de ésta, centrada en el arte contemporáneo y cuya cabeza visible correspondería a Francesca von Habsburg, hija del barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, y como éste coleccionista avezada. Tras una fugaz y poco interesante polémica (no está muy claro el motivo por el que finalmente la exposición no pudo ubicarse en el museo Thyssen de Madrid), la muestra ha recalado en un lugar en principio tan alejado del fragor mediático como la región de Asturias, lo que, independientemente de cualquier otra consideración, puede interpretarse como todo un triunfo para Gómez-Baeza.

En cuanto a la premisa conceptual que mencionábamos, hace referencia a la idea del híper-espacio tal y como la acuñó el teórico marxista norteamericano Frederic Jameson, conocido por su acerado análisis del posmodernismo. Para Jameson, el híper-espacio se configuraría como un producto típicamente capitalista, esta vez dentro del ámbito de la arquitectura: el edificio de escala ampliada que implica una mutación del objeto a la que no acompaña la correspondiente mutación del sujeto, por lo que el individuo se debatiría dentro de este entorno material sin la necesaria dotación cognitiva, en un estado de permanente desorientación. Los comisarios de la exposición, Daniela Zyman y Benjamín Weil, prescinden en apariencia de los elementos de crítica del posmodernismo capitalista inherentes al discurso de Jameson, para hacer hincapié en la capacidad de los espacios sometidos a alteraciones tales como aumentos de escala para provocar a su vez estados alterados de la mente. En la práctica, de todos modos, todo este esquema conceptual no deja demasiado poso en el visitante, que en general percibe la exposición como un contenedor de piezas más o menos espectaculares salidas de la mente de varios artistas-estrella de la escena contemporánea.

Así, la entrada en el espacio expositivo establece el tono general con unas cegadoras columnas de neón blanco obra del británico Cerith Wyn Evans. Los efectos de luz y los reflejos integrados en elementos arquitectónicos reaparecen a lo largo de la muestra (Olafur Eliasson, Michael Elmgreen & Ingatr Dragset, Carsten Höller, Monika Sosnowska, Doug Aitken), sirviendo como paradigma de la premisa de desorientar al espectador. Los juegos de escala regresan con la Travelling Light del chino Ai Weiwei, donde una enorme lámpara portátil termina recordando tanto a un árbol como a un suntuoso baldaquino. Hay también vídeos a cargo de Pipilotti Rist, Paul Pfeiffer o Carsten Nicolai, aunque el único que realmente crea cierto impacto es Tetsuo. Bound to Fail, pieza creada en 1998 por Sergio Prego, realizada con un procedimiento técnico que recuerda a los experimentos fotográficos sobre la captación del movimiento de Muybridge. Por su parte, Maurizio Cattelan termina representando uno de los encuentros más interesantes e inesperados de la selección, gracias a un Super-Noi (Torino) que introduce la reflexión sobre la fractura entre el modo en que el individuo se percibe a sí mismo y cómo lo perciben quienes componen su entorno más inmediato. Tampoco faltan a la cita sendos trabajos de Ernesto Neto y Los Carpinteros, ejemplos característicos de su sello de fábrica.

En resumen, resulta difícil que la exposición deje un excesivo poso en el espectador, pero no puede decirse que carezca de atractivos.