lunes, 5 de julio de 2010

Yo, Claudio: el recital de Livia


Ha querido la casualidad que, en pleno zapeo, me encontrara el otro día entre el aburrido panorama de la TDT (vaya gol nos han metido con esto) con una reposición de la añeja teleserie británica “Yo, Claudio”, basada en las novelas de Rober Graves “I, Claudius” y “Claudius the God”.

No es que la serie sea en sí ninguna maravilla, pero en los tiempos que corren destaca como una amapola en un campo de trigo. Está grabada en vídeo con un plano estilo teatral que resulta bastante apropiado al medio televisivo, pero que sin duda le hace perder puntos en el ranking de la creatividad. Sin embargo, sus guiones son magníficos: no ahorran prácticamente nada de la crudeza y el brío de las obras originales. La demencial historia de la familia Claudia, que se instaló durante generaciones en el trono del antiguo imperio romano, se nos presenta a través de los ojos de Tiberio Claudio César Augusto Germánico (o "Claudio", a secas), uno de sus miembros, considerado un estúpido insalvable por todos, y que contra todo pronóstico –bueno, no todo- llegó a ser emperador. Derek Jacobi interpretó memorablemente al susodicho. Pero lo mejor de la serie (y de las novelas originales) era el personaje de su abuela, Livia, un monstruo de apariencia perfectamente serena, capaz de cualquier cosa (y quiero decir cualquier cosa) con tal de que sus planes se cumplieran en los términos establecidos.

El otro día llegué justo a tiempo para ver el mejor momento de toda la serie, que sucede cuando Livia confiesa a Claudio que ha sido ella quien, con sus propias manos expertas en venenos, ha asesinado a la mitad de la familia de ambos, lo que incluye a su propio marido y a alguno de sus vástagos. Le cuenta esto al inútil de Claudio, su nieto despreciado desde que nació, porque conoce algo de él que todos los demás ignoran, y sabe además que necesitará su ayuda llegado el momento. La actriz, un auténtico genio, es la no muy conocida Siân Phillips, sobre la que ya hablé hace poco porque unos años después de participar en esta serie fue contratada para integrar el reparto de “Dune”, de David Lynch.

En un larguísimo primer plano de su rostro, Philips realiza su escalofriante confesión con un tono tan firme y tan lleno de matices que dan ganas de ponerse a aplaudir. Uno llega a olvidarse del lamentable maquillaje destinado a envejecerla, de la redecilla de látex que simula un cráneo alopécico, de la primaria iluminación y la fealdad de la primitiva imagen en vídeo. En unos pocos minutos, la actriz da un recital que debe contarse entre los mejores momentos que ha dado la televisión de todos los tiempos. Al menos así lo viví yo el otro día.

Un consejo. Cuando estéis viendo la tele, haced zapping. Constantemente. Uno nunca sabe lo que se está perdiendo.

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